La peatonalización del Paseo es un bucle romántico al que los almerienses vuelven siempre en primavera, cuando la ciudad se despereza y la inteligencia y las calles se perfuman de vida. Los bellísimos atardeceres azules de mayo despiertan la evocación de un espacio que aunque siempre ha sido Paseo sueña con ser paseo: espacio público en el que el tráfico quede confinado extramuros, en el que la armonía de las voces sustituyan al estruendo de los motores, la calma de los pasos detenidos a la velocidad de las ruedas y la mirada distraída a la prisa; de ser un lugar en el que el estar sustituya al pasar.
El ayer se hace siempre hoy y mañana entre los almerienses. Porque aunque ahora su peatonalización la ha propuesto (con acierto) Izquierda Unida en su programa electoral, la idea viene de antiguo. Fue Cabrejas el alcalde que en los primeros ochenta liberó los fines de semana la calle mayor de la ciudad y fue el mismo alcalde al que la desidia propia o la torpeza ajena, le obligó a convertir aquella liberación en un paréntesis sólo recuperado algunas fiestas de guardar.
Nunca he llegado a entender (¿0 sí?, no lo sé) en ensismismamiento que sentimos los almerienses por la quietud. Cualquier cambio es percibido como una amenaza y ante un atisbo de innovación sentimos el vértigo de la catástrofe.
Frente a experiencias consolidadas de peatonalizaciones enriquecedoras, recuperadoras y embellecedoras de la ciudad, sus habitantes y sus comerciantes, como las llevadas a cabo en Murcia, Málaga o Sevilla, los almerienses hemos optado por la pasividad del tiempo detenido. Todos los alcaldes- Cabrejas, Fernando Martínez, Megino o Luis Rogelio- han intentado abrir un espacio de reflexión sobre este mecanismo de cambio profundo en la vida de la ciudad. Nunca han podido llevarlo a cabo con la voluntad y la extensión con la que abordaron la idea. Luis Rogelio ha sido el que más lejos ha ido y sólo él sabe la penumbra de la duda en la que se ha debatido antes de tomar la decisión de peatonalizar una calle.
Lo curioso es que nadie que viva en alguna de las calles peatonalizadas hasta ahora ha visto aminorada su calidad de vida y no conozco ningún comerciante de esas calles que haya sufrido un perjuicio en sus balances. Todo lo contrario. Calles hasta entonces condenadas a transitar por ellas con paso apresurado se han convertido en lugares estratégicos para nuevos negocios; plazas en las que nadie se demoró son ahora refugios en los que contemplar la vida a la sombra de un árbol; esquinas en las que sólo se refugió el olvido son hoy rincones que unen el paseo y la belleza iluminada por una farola.
Peatonalizar el Paseo no debe ser, por tanto, ni una utopía ni una quimera. Si los ciudadanos han recuperado Platería, Trapería y las plazas de Romera y cardenal Beluga en Murcia; Sierpes, Tetuán y Avenida de la Constitución en Sevilla, o todo el centro histórico de Málaga desde calle Larios, ¿en qué percha habría que colgar que el Paseo no se convirtiera en paseo de verdad, a que ese pasillo de la casa de todos los almerienses se convirtiera en un espacio libre de coches y sus inconvenientes?
Las ciudades son entes vivos sometidos a cambios permanentes y susceptibles de medidas innovadoras que mejoren la vida de los que en ellas nacen, viven y mueren. La peatonalización del Paseo puede ser un elemento dinamizador que cambie, como en su día lo hizo la Rambla, el ritmo de la ciudad. ¿Qué habrá dificultades técnicas? Sin duda; ¿Qué habrá resistencias de ciudadanos que sientan vértigo ante el cambio? Denlo pon seguro. Pero el mañana no se construye anclado en el ayer. El pasado hay que mantenerlo para mejorarlo, no para fosilizarlo en espera de su derrumbe.
Ahora que empieza la campaña sería interesante saber qué piensan los candidatos y sus partidos sobre esta posibilidad abierta hace más de treinta años y desde entonces nunca cerrada. Ese sí es un tema- como la integración del Puerto en la ciudad o el soterramiento y muchos más- que interesan a los ciudadanos.
Desperecémonos de la melancolía del ayer y abordemos la conquista del mañana con valentía. No es tan difícil. Otros ya lo han hecho. Sólo es cuestión de voluntad e inteligencia. Y eso les sobra a los almerienses; aunque algunos de sus vecinos anclados en la nostalgia del pasado no lo crean o no lo quieran creer.
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