Almería y Marruecos o el mar que une o nos separa

Pedro Manuel de La Cruz
23:40 • 25 abr. 2015

Este periódico mantuvo el jueves un encuentro informal con el alcalde de Tánger en el que el representante de la ciudad de los dos mares, Mediterráneo y Atlántico, se mostró decidido partidario de alcanzar acuerdos entre las dos orillas, África y Europa. 


Históricamente los mares han sido considerados espacios de separación, fronteras naturales en cuyas mareas convivían casi siempre el enfrentamiento y, a veces, en la bajamar del regreso después de la batalla, el olvido. El más allá como objetivo de conquista por encima de la voluntad de entendimiento. No es culpa de nadie siendo culpa de todos.


En los últimos decenios los almerienses hemos navegado con el viento en contra de una agricultura marroquí más cercana a la búsqueda de desfiladeros exportadores salpicados de escaramuzas, que a los comportamientos que imponían los Tratados europeos y el sentido común que obliga a la defensa legal de los intereses de los países miembros de la Unión.




Esta indolencia activa de las autoridades europeas (si no impones el cumplimiento de la norma promueves su incumplimiento) en la exigencia del cumplimiento de sus propias normas con respecto a países terceros ha ido cultivando un clima de desconfianza justificada entre el sector agrícola almeriense y Marruecos y el fruto de ese recelo ha sido el prejuicio con que unos y otros nos hemos mirado.


Pero nada es eterno y menos en un mundo, una sociedad y un mercado sometido a constante evolución. Hoy no es el ayer y tampoco será el mañana y sólo quienes desde el presente contemplen el futuro podrán ganarlo.




La geopolítica impone en este momento de la historia una mirada de amplio espectro en la que se contemple, no sólo la realidad, sino también sus entornos, algunos de ellos de extrema complejidad.


Ante esta situación cabe preguntarse si los almerienses debemos contemplar la agricultura marroquí en particular y Marruecos en general como amenaza o como aliada. Qué sé yo, dicen muchos; lo malo es que ese limbo de la duda razonable nos aboca a lo peor: A no hacer nada en un tiempo en que se requiere acción.




Dicen los manuales de estrategia que el espacio que tú no ocupas no queda nunca vacío, siempre hay alguien presto a ocuparlo. La historia se ha ocupado durante miles de años de certificar esa realidad inevitable.


Las costas marroquíes están más cerca de la capital almeriense que la sede de la comunidad murciana y si la geografía se muestra propicia a buscar espacios de intereses agrícolas, comerciales, logísticos o de infraestructuras compartidos con nuestros vecinos de más allá de Huércal Overa, ¿qué impide que esa misma estrategia la pongamos en práctica con nuestros vecinos marítimos y siempre desde la consideración de las singularidades (a veces tan distantes, especialmente con Marruecos) que nos diferencian?


Los puentes siempre han servido para unir y Almería no puede continuar situada en un espacio emocional colectivo de isla, aislada no sólo de nuestros vecinos de tierra y mar, sino de nuestros políticos de Sevilla y Madrid. Si algún lector considera que exagero que reflexione sobre nuestra marginación ferroviaria-el ave llegará este año a todas las provincias que nos rodean-, o busque en su memoria el trato que han conseguido nuestros representantes en Bruselas hacia la agricultura frente a nuestra competencia.


Dicen los ingleses que no hay nada más estúpido que azotar un caballo muerto. Llevan razón. De nada sirve llorar por la leche derramada. Lo que hay que hacer es abrir la mente y mirar extramuros de nuestra realidad doméstica. Los mercados ya no están a la puerta de casa, las empresas se han convertido en árboles que, para pervivir y desarrollarse, deben extender sus ramas allí donde atisben una posibilidad cierta de crecimiento. Las raíces en Almería, pero las ramas en los cinco continentes.


Almería debe mirar a su alrededor y comprender que el futuro no sólo debe llegar por tierra y aire; también por mar.


Y para ese recorrido nada mejor que meter en la mochila a Machado cuando, desde su luminosa lucidez, escribió que “ni el pasado ha muerto, ni está el mañana ni el ayer escrito” y que “Caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.



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