Imagino la escena y me conmueve. Albertina y su ukelele en medio de la desolación. Una almeriense entre el espanto. Sin más armas que cuatro cuerdas desafinadas. Sin más defensa que la sensibilidad. Sin más vocación que la de vencer al horror. Sin más compañía que las miradas ateridas de miedo de un coro de niñas de un orfanato bañadas por las lágrimas de la desolación.
Albertina Barceló, la profesora almeriense que llevaba un año en Nepal narró a LA VOZ en una espléndida información recogida con el ritmo de un thriller por Evaristo Martínez, los dramáticos fotogramas de un terremoto que ya se ha cobrado miles de muertos, miles de paisajes rotos para siempre en medio de una tumba oceánica de escombros.
“Los niños gritaban, corrían- vivía más que contaba Albertina-, los mayores intentábamos mantener la calma y transmitirles tranquilidad. Pero nos mirábamos muy asustados, no sabíamos cuando iba a parar, qué iba a pasar”.
Cuando el estruendo calló, Albertina salió del auditorio del Katmandú Jazz Conservatory y en la calle se encontró con el aire gris de la tragedia. “Estuvimos seis horas sentados fuera. Los teléfonos no funcionaban. Los amigos y profesores nepalíes que estaban con nosotros lloraban, al igual que los niños. Así que nos pusimos a cantar con las niñas de mi coro para la gente que deambulaba sin rumbo y sin medida por las calles. Estuvimos cantando durante tres horas. Cuando empezamos, las niñas seguían llorando mucho, pero intentaban cantar: son preciosísimas”.
Cuando las voces se diluyeron en la espesura del cansancio, Albertina volvió a casa. “Entré y cogí mi flauta, el ordenador y mi ukelele; y pan, queso y dos manzanas y me fui al descampado que hay frente a la casa de mis vecinos. He estado tres días allí, comiendo y bebiendo poco para racionar. Las noches han sido durísimas, casi no hemos dormido por las réplicas. Llovía mucho, las tiendas se movían…Mi ukelele recorrió todo el campamento, todos venían a pedírmelo. -Madame, madame, guitar- decían. Tocaban y luego lo traían desafinado”.
Albertina ya ha regresado; quizá a esta hora indecisa de la mañana en que usted lee el periódico, pasee por la orilla del mar de su Almería, tan lejos de Katmandú y tan cerca siempre de su corazón.
Los almerienses nos sentimos orgullosos, silenciosamente orgullosos, de nuestra capacidad de cultivar actividades cuantificables en cuentas de resultados. Pero a veces nos olvidamos de que existen otras cuentas de resultados en las que también somos apasionados; aunque no aparezcan en un balance; aunque no se puedan recoger en expresiones numéricas. Pero tienen tanta fuerza y nos identifican y de las que nos sentimos tan orgullosos, tan silenciosamente orgullosos, como de aquellas. Son las cuentas de la solidaridad con el que sufre. El balance inmedible de la ternura.
La profesora de Música Albertina Barceló, la anestesista Rosario Blánquez, el neurocirujano Antonio Huete, el cirujano pediátrico Salvador Fernández y las enfermeras María Cassinello, Inmaculada Loro y Sonia Navarro, el equipo médico que desde Torrecárdenas ha viajado a Palestina para operar a veinticinco niños heridos por las bombas en Gaza, y que también contaron a LA VOZ su experiencia en aquel infierno, han sido esta semana los actores de esa gran empresa solidaria de la que tan orgullosos nos sentimos. Almerienses, como estas cinco mujeres y este hombre que, con su delicada sensibilidad hacia los demás, nos reconcilian con nosotros mismos.
La frialdad de un bisturí o el silencio de un ukelele son armas de construcción masiva si quien los cuida y los ama tiene la sensibilidad de ver en los ojos del que sufre el espejo en el que comprender que la vida no vale nada si no somos capaces de curar a quien ha sido herido por la barbarie o el infortunio.
Albertina, Antonio, Rosario, Salvador, María, Inmaculada, Sonia, gracias. Ustedes son formidables. Siete almerienses formidables.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/81889/el-sonido-de-un-ukelele-almeriense-en-katmandu