La vida humana no es eterna, y tres semanas para constituir un simple equipo de gobierno municipal es, se mire como se mire, un espacio de tiempo brutal y desproporcionado. Si nuestro gusto por el bien común y los intereses generales, por la democracia en suma, no fuera menor que el que nos inspira el sectarismo, esto de las concejalías se podría resolver en un visto y no visto mediante la asignación proporcional de las mismas, de suerte que todos los partidos y las fuerzas sociales y vecinales con un porcentaje decente de votos tendrían su presencia responsable, activa y positiva en los ayuntamientos, ora ocupándose de la recogida de la basura, ora de las tasas y los arbitrios, ora del ornato y la limpieza, ora de cualquiera de los diversos servicios que presta el Consistorio. Sin embargo, una cosa tan sencilla y conveniente como ésta es en España una utopía, y del género de las irrealizables.
Tres semanas soportando la matraca de las negociaciones y los pactos para que unos se queden fuera y otros dentro, son mucha semanas. La ilusión del voto se congela en ese tiempo desmesurado, y el propio voto se desvirtúa, o se secuestra, con el resultado de los cambalaches pos-electorales. En tres semanas le da tiempo al Ibex, en el caso de las grandes ciudades generadoras de suculentos contratos, a mover sus antenas y sus élitros, a los corruptos que no han sido pillados a deshacerse de papeles y documentos comprometedores, y a los más mediocres y trepas de cada partido a colocarse adecuadamente. Peor era, sin duda, el régimen de mayorías absolutas monopolizado por el PP, pero en éstas tres semanas tan cansinas se ha podido ver que las mayorías absolutas no son mucho mejores atomizadas.
Salvo en Valladolid y en algunos otros pocos municipios, donde después de las elecciones seguían teniendo claro lo que tenían claro antes de ellas, en la mayoría los pactos, acaso por falta de práctica o de verdadero talante democrático, están teniendo el aire ominoso que les otorga la tozudez, las ambiciones personales y la rusticidad política. Hay quienes aman más a su perro cuanto más conocen a los seres humanos, y quienes más aman, cuanto más conocen la realidad, la utopía.
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