Puede que parte de la izquierda asamblearia que ha sido invitada por los ciudadanos a formar parte de muchos ayuntamientos renuncie formalmente al bastón de mando, para escenificar de este modo el rechazo a los privilegios de una casta de la que ahora forman parte. Enhorabuena a los que se sientan felices con estos alardes escenográficos o se emocionen al ver a algún alcalde entrando en patinete al ayuntamiento. Pero lo que de ningún modo está dispuesto a soltar este sector de la sociología política española es la permanente doble vara de medir que emplea a la hora de medir los comportamientos de las personas en función de su ideología. Imaginen por un momento qué no se habría montado si la colección de mensajes y comentarios miserables que han estado apareciendo estos días en la prensa hubieran sido hechos por un concejal del Partido Popular, en lugar de por alguno de una agrupación electoral patrocinada por Podemos. No habría suficientes calles y plazas en España para encauzar la marea de indignados que desfilaría para mostrar su descontento y afortunados podrían considerarse los vecinos del lenguaraz concejal popular si los predecibles escraches domiciliarios no se hubieran saldado con el siniestro total del inmueble. Curiosamente, las mismas y los mismos que participaron con vehemencia y rabia en la campaña de agitación contra el entonces ministro Arias Cañete por un comentario interpretado como machista, guardan ahora un progresista silencio o consideran bromas fruto de un humor irreverente las excrecencias depuestas en sus cuentas de twitter por estos nuevos concejales. E incluso habrá quien dé por amortizado el caso con la renuncia de uno de ellos a la concejalía prevista aunque no al acta. Allá ellos con sus sistemas métricos y éticos. Creo que ya no engañan a nadie. Pero sobre todo, los que no pueden llamarse a engaño son los que, conociendo a estos personajes, los han llevado y los siguen llevando en el regazo marchoso de su falda de alcaldesa.
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