En los comienzos de esta década, coincidiendo con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán, se produjo un aparente despertar del sentimiento nacionalista español que desembocó en la colocación de miles de banderas de España por todas las rotondas del solar patrio. La medida era disparatada y carente de sentido. Nadie sabe por qué se eligieron las rotondas y no las pistas polideportivas o las terrazas de los edificios municipales, por ejemplo. Y nadie quiso explicar, aunque lo suponíamos, por qué ese despliegue de cariño hacia el territorio común estatal, y no hacia el regional o el continental. O el local.
Aquel despliegue rojo y gualda fue acogido sin rechistar por la mayoría de los ciudadanos. También por quienes consideraban que era una decisión desmedida. Porque hubiera bastado una pequeña observación para ser acusados de antipatriotas por quienes creen en la uniformidad del pensamiento. Una acusación a la que inevitablemente se iban a enfrentar posteriores regidores municipales que osaran arriar las dichosas banderas.
Vera y Garrucha se vieron inmersos en aquella fiebre bicolor. En Vera se colocaron tres enseñas en glorietas de acceso al núcleo urbano. En Garrucha, una en la glorieta de acceso al pueblo por la carretera de Turre. En estas elecciones, ambos gobiernos municipales han cambiado de color. De estar regidos por el PP han pasado a estar regidos por el PA y el PSOE, respectivamente.
Como si de una medida sincronizada se tratara –aunque no hay razones para pensar así-, una de las primeras decisiones que han tomado los nuevos alcaldes, Félix López y María López, ha sido arriar las banderas. Era justamente el gesto esperaban sus adversarios políticos para acusarles de traidores a la patria.
Izar una bandera es un acto tan anodino como arriarla. Convertir ese acto en un sentimiento arrojadizo es una temeridad. Después viene lo del buen o mal gusto. Mucha gente cree que colocar una bandera en una glorieta no es precisamente un acto de buen gusto. Otros piensan lo contrario. Es igual de patriota el que la iza que el que la arría.
Se compartan o no, las decisiones de los entonces alcaldes de Vera y Garrucha, José Carmelo y Juan Francisco, de colocar unas banderas en las glorietas de sus pueblos merecen el mismo respeto que las decisiones de quitarlas que han adoptado los ahora alcaldes, Félix y María. Mezclar esas decisiones con sentimientos patrios es imprudente. Porque el cariño a un lugar no se mide por besos al escudo, golpes de pecho o metros de bandera o rotonda. Pensar así es banalizar los sentimientos.
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