La salchipapa como bandera  

Para renacer hay que haber quedado reducido previamente a cenizas. O al menos eso era lo que creía Nietzsche, que era el prototipo de autor-brasa para cualquier estudiante de filosofía. Pero hablo de cenizas porque la mañana en la costa de Almería es aún rescoldo de la noche vivida al amor de la lumbre ritual. Lo digo así para tratar de revestir de cierta seriedad lo que, ustedes lo saben, no es más que un homenaje multitudinario al georgedanismo impulsor de barbacoas y moragas de todo tipo y condición. Y no siendo malo eso para quien lo sepa apreciar, no conviene olvidar que Almería cambia esta fiesta por la solemnidad histórica del Pendón como fecha y como símbolo. Y aunque es cierto que solemos quejarnos con frecuencia de la ausencia de verdaderas notas de identidad colectiva en Almería y que a muchos nos duele la abulia hacia todo lo que suponga conciencia histórica y respeto a nuestra memoria, no es menos cierto que la salchipapa playera ha acabado imponiéndose abrumadora y mayoritariamente sobre la formalidad y el rigor que abandera la celebración del día que conmemora el final de la dominación musulmana de Almería. Es lo que hay y si nos ponemos a contar, anoche estaban las playas, los bares y las calles cercanas al mar de bote en bote, mientras que a la tremolación del Pendón acude apenas un centenar de esforzados. Y me temo que no hay posibilidad de invertir la tónica porque nunca nadie se ha preocupado de explicar lo que supuso en su día la incorporación de Almería al Reino de Castilla y su inclusión en el primer país moderno de Europa. Todo lo contrario. Hemos dejado que tome asiento la percepción alentada por folcloristas y rapsodas de la progresía de que aquel episodio fue tan lamentable como regresivo. Y en esas seguimos. De hecho, el modo más seguro de acabar abrasado no es caminar sobre las cenizas de la playa, sino proponer cambiar el sardinerío de la pasada noche por la gravedad y el frío matinal del Pendón navideño.