Entre la realidad y el delirio iluminado de quimeras

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 05 jul. 2015

Sentada sobre las rodillas de su madre y en medio del sopor de las palabras desconocidas, la niña se distraía mirando las miradas que llenaban las ventanas superiores del Patio. Cuando bajaba los ojos apenas prestaba atención a una ceremonia que quizá le recordaba a una misa, porque delante de ella se sentaban dos señores vestidos de negro en los que destacaba un cuello corrido inmaculadamente blanco.


Me detuve entonces en su quietud inquieta y regresé a aquel tiempo ya perdido  de limoneros y cerezas. Aquel tiempo en que Almería era un territorio salpicado de pueblos separados por caminos limitados por rastrojeras; donde las calles sólo estaban perfiladas por el blanco de las casas y el ocre de un suelo que se convertía en terral cuando llegaba el poniente; en las que el alcantarillado era una inexistente realidad y en las mañanas se oía el  “agua va” de las mujeres cuando limpiaban los dormitorios; donde el tráfico de burros acarreando cantaros en sus aguaeras  era una imagen tan cercana que los niños conocíamos al animal por su nombre y al dueño por su apodo. Una geografía en la que la luna iluminaba más que aquellas bombillas que tintineaban perdidas en medio de la soledad y de la noche.


Estampas a las que siempre vuelvo sabiendo que quien provoca la nostalgia no es el paisaje: el paisaje no se ama; se ama el momento en que nos sentimos felices en el.




En todos esos recuadros acumulados del recuerdo andaba cuando volví al presente. 


La diferencia entre el antes y el ahora es que el hoy está poblado de municipios unidos por autovías o carreteras secundarias cuidadas. En sus calles ya solo corre el agua cuando cae del cielo; la tierra acoge en su seno las redes de fibra óptica, gas, agua y residuos y el negro del asfalto o el gris de los adoquines ha sustituido al ocre tierra que tanto tracoma trajo a nuestros ojos.




Aquellas peticiones de agua, luz y alcantarillado  se nos antojan -aunque tan cercanas en la memoria-, prehistóricas; como de otro tiempo. 


Ahora las demandas se escriben en las guirnaldas modernizadoras de las redes Wifi y en las piscinas cubiertas y en los espacios saludables de las rutas verdes. Las clases en las que aprendimos la regla de multiplicar cantando en la monotonía machadiana “el uno por una, uno; uno por dos, dos; uno por tres, tres…” han sustituido la Enciclopedia  Alvarez por el I PAD y la pizarra electrónica. Y los pupitres que los niños abandonan a la hora de comer son ocupados al atardecer por centenares de vecinos ingleses, franceses, alemanes o belgas que quieren aprender castellano.




Pensaba yo en todo eso  mientras en la liturgia del Patio de Luces de la Diputación transcurría la ceremonia y no pude evitar el gesto irónico al pensar en la bancarrota ideológica de aquellos políticos postulantes de la filosofía adanista que proclaman desde sus púlpitos que el mundo empieza cada mañana.


Fue entonces cuando miré a los diputados, alcaldes y concejales que allí estaban y recordé a los que les habían precedido y me pregunté sobre cuántas horas, cuántos soles y cuántas lunas(a cambio de casi nada en la inmensa mayoría de los casos) han dedicado quienes nos han gobernado para que aquella provincia de sal y desierto sea hoy un espacio amable en el que vivir es una extraordinaria oportunidad  y no el castigo de una maldición bíblica. 


La memoria es efímera y la convicción débil, pero la realidad no la borra ningún dios ni ningún profeta. El hoy es consecuencia del ayer y será el prólogo del mañana. Y en el ayer y en el hoy hay mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucho talento acumulado, También excesos, errores y corrupción. Pero si los aciertos no pueden justificar los errores, la violación de las leyes para enriquecerse de algunos no puede ocultar la buena y honesta gestión de tantos. 


El presente y el pretérito han sido imperfectos, pero sólo los soberbios de espíritu y los coléricos de corazón pueden negar el cambio modernizador que supuso la Constitución del 78 en la vida de los españoles.


La ignorancia es atrevida. ¿Que ha habido errores? pues claro; ¿Qué hay aspectos que corregir? Muchos. ¿Qué los culpables deben pagar sus corruptelas? A la cárcel con ellos. 


Pero pretender anegar el texto constitucional que más progreso, libertad e igualdad ha procurado a este país en toda su historia es una agresión a la inteligencia y un insulto a la razón que, quienes lucharon por esa Constitución, no van -no vamos- a contemplar desde la indiferencia. 


Por mil razones, pero, sobre todo, porque a esa niña que miraba sin entender cómo su abuelo la besaba emocionado tras la ceremonia nadie tiene derecho a romperle el futuro con el delirio iluminado de quimeras.



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