Ni autobús, ni bicicleta, ni vehículo particular. En Almería, el verdadero medio de transporte es la queja. Por su rapidez, por su ligereza y por su versatilidad, el lamento no es sólo paisaje para los almerienses: también es pasaje. De todo y por todo somos capaces de dolernos con entusiasmo. Y tanto es así que si, por alguna razón, se dieran los motivos contrarios a los que motivan nuestra expresión del padecimiento, ello también desataría la misma o incluso mayor demostración de congoja. Qué le vamos a hacer. Es nuestro modo de entender la vida y no sabemos vivirla sin buscar con avidez y constancia motivos que puedan nutrir los fuegos cruzados en las redes sociales, en la prensa y en los bares. Fijémonos ahora en el efervescente asunto del carril-bici y su sinuoso recorrido de desencuentros, aplausos, fobias y reconocimientos. Por dar un punto de precisión informativa al asunto, habrá que recordar que esta actuación es un proyecto en el que colaboran de buen grado Ayuntamiento y Junta de Andalucía y que cuenta, además, con financiación de la Unión Europea. Para una vez que, además de decir que lo somos, actuamos como verdaderos europeos, el asunto pasa desapercibido para la mayoría de la gente, que prefiere poner a parir al alcalde como medida preventiva, como se ha hecho en los pueblos toda la vida. Pero no voy a eso ahora. Lo que quiero decir es que todo este nivel de controversia que está provocando la construcción del carril bici y la consiguiente eliminación de aparcamientos (considerados por muchos como un derecho inalienable y paralelo a la adquisición de un coche) sería el mismo que tendríamos si las administraciones se hubieran negado a poner en marcha este proyecto. Entonces viviríamos en una ciudad tercermundista, gobernada por políticos incapaces de entrever el futuro de la movilidad sostenible. Ahora somos el culo del mundo porque están haciendo el carril bici. Si no lo estuvieran haciendo también lo seríamos. En la izquierda o en la derecha: no sabemos salir de la nalga.
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