No tengo conocimientos científicos para negar o afirmar que el cambio climático es una realidad. Lo cierto es que estamos pasando un verano donde las temperaturas se han comportado con una “mala leche” que no conocíamos o que no nos acordábamos. Es posible que nos estemos cargando el planeta y que la culpa de los sofocantes calores que estamos pasando sea culpa nuestra, no lo pongo en duda. Pero si uno habla con los viejos de los pueblos te cuentan historias, sin base científica, ciertamente, pero que te llevan a sospechar que estos calores o parecidos ya se vivieron por estas tierras en años o épocas anteriores. En la zona del Andarax me comentaban hace unas noches, cuando los ahogos caloríficos no nos daban ni un respiro y el aire parecía haberse alejado para siempre, que estos bochornos y sudores no eran nuevos para ellos.
Hace más de treinta años se sufrió una tormenta de calor, así la llamaron, que quemó durante los días trece, catorce y quince de julio las uvas de las hermosas parras almerienses y tuvo la administración de entonces que rebajar en zonas, quitar en otras, el pago al catastro de las fincas y así fue durante algunos años. En lo único que no se pusieron de acuerdo los tertulianos de la calurosa noche fue en los días. Unos apuntaban que no fueron los días mencionados, sino que fueron el quince, el dieciséis y el diecisiete. ¿El cambio climático? No, aquí podemos hablar de cambio pero por culpa de la edad. Los años tampoco pasan en balde y las mentes se van olvidando de viejas historias de aquellos años en los que los aires acondicionados no se conocían, las neveras eran de hielo, las sandías se enfriaban en la orilla de las playas y la cerveza glaciar ¡qué rica y fresquita! no se conocía por estos y otros pagos.
¿Cómo luchábamos en aquellos años contra estos días de sofoco? Si les digo la verdad, no me acuerdo. Recuerdo que mi madre me decía cuando a las tres de la tarde salía de casa: ¡niño!, ¿a dónde vas con la que está cayendo? No me lo pregunten, ahora no sé a dónde iba, pero no me quedaba en casa. Recuerdo que algunas noches, era tanto el calor, que nos subíamos con mantas a dormir al terrao. Y no éramos los únicos. Por lo visto el cambio climático ya había comenzado, y les puedo jurar que la Almería de entonces sí que usaba la bicicleta.
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