Era un tipo parecido a Cristóbal Montoro. Llevaba sobre los hombros un enome patatón. Yo creo que se lo quitaba para dormir poniéndolo a descansar sobre una silla. Había, sin embargo, una diferencia con el ministro de Hacienda. Este bendito de la sociedad de consumo no manejaba dinero y tampoco creía en el papel moneda. Entró en política empujado por esas cosas que se suelen decir en las conferencias cuaresmales como preparación a la captación de los militantes. La militancia es entrega, servir al prójimo, transformar la vida. Pronto cundieron los malos ejemplos: “ Yo estoy aquí para forrarme”, “quien no chupa del bote es que es un gilipollas”, “los pobres que jodan”, “no es la primera vez que he visto estas cosas”. Nuestro cabeza de huevo se armaba de paciencia creyendo que aquello pasaría neutralizado por las muchas almas buenas que el partido mantiene. Pero el escándalo cundió. Primero fue una autonomía, luego otra, luego un exministro, finalmente una trama de capitalismo de amiguetes entre bancos y cajas de ahorros. Los medios de información no daban abasto y entre la gente cabreada era muy fácil caer en el maximalismo de que todos el grupo era un monumental montón de mierda. El tipo que se le parecía a Cristóbal Montoro cayó en depresión. Pensó que ya no hablaría más de recuperación ni de falsas promesas. Cuando el director de campaña le urgió que destacara el innegable éxito de las reformas, dijo que cambiaba de prédica. En adelante no hablaría más que de ecología. En realidad le importaba más la subida del nivel del mar que el Ibex 35. En las reuniones periódicas de la ejecutiva comenzó a preocupar seriamente la deriva del intelectual cabeza de huevo. A éste le atormentaba repesar el programa electoral y no ver allí ni una palabra sobre cultura, con lo cual vino a darse cuenta de que estaba perdiendo el tiempo. La búsqueda del poder solo para mantener los sobresueldos, le atormentaba interiormente. Era más inquietante conservar las rosas y jazmines del planeta heredarán nuestros sucesores. En el secreto de la ejecutiva había unos señores deseos que nunca hicieron nada, que staban poniendo a nuestro héroe de gilipollas para arriba. Pero así es la vida. Por lo menos se mueve entre glaciares y directores de banca.
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