Tiempos atrás, cuando acudía a alguna de las barberías de mi pueblo observaba con curiosidad cómo el fígaro de turno extraía un cuadrado de papel de periódico de un haz que sostenía asido a la pared y limpiaba sobre él la navaja embadurnada de jabón y puntas de cabellos de las barbas que rasuraba. Cuando comencé a apreciar el valor, aunque efímero, de los periódicos en estas mismas páginas, entonces bajo la cabecera del “Yugo”, sentía cierta desazón cada vez que iba a la peluquería, cuando los improvisados “paños” se habían fabricado en la rotativa del diario “Pueblo”. Una utilidad más del papel periódico, pensaba, pues los usos y empleos de la celulosa impresa han sido tan variados como ha querido o necesitado el usuario/lector: desde aplicaciones escatológicas a envolvente de todo. Pero de todas las utilidades dadas a las publicaciones impresas ninguna me ha impactado tanto como la que proporcionó un ramillete de periódicos, hace unos años, a un hippy vallecano que recaló junto a su pareja en una populosa y veterana comuna alpujarreña. Aunque el joven había renegado de todo símbolo de la civilización, un buen, sin buscarlo, se tropezó con un ramillete de diarios nacionales que encontró en un contenedor, a las puertas de un cortijo-residencia. Con alguna cautela recogió el puñado de periódicos y se los llevó a la comuna, donde los ojeaba y los leía, ya que sus titulares le habían devuelto cierto interés por la actualidad. Después mojaba las hojas y las utilizaba como materia prima de los trabajos artesanales y objetos decorativos que fabricaba y que vendía en los mercadillos de los pueblos cercanos. De primavera a otoño el hippy se mantuvo informado y provisto de género básico con aquella remesa de periódicos que recolectaba del contenedor cada dos o tres días. Al atardecer de una jornada estival descubrió cómo el habitante del cortijo salía a tirar el puñado de ejemplares de periódicos. Se trataba del bueno y entrañable humorista gráfico Paco Martínmorales, quien durante su estancia alpujarreña, se desprendía de las cabeceras que le habían servido para conocer la actualidad y documentarse con el fin de confeccionar sus divertidas viñetas. Paco nunca lo ha sabido, pero sus diarios desechados fueron releídos y sirvieron de medio de vida a un hippy vallecano. Fueron los periódicos de Martínmorales.
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