Cuando se restableció la Generalitat, allá en el año 1978 del pasado siglo, había en Cataluña diez cajas de ahorros, regidas de acuerdo con unos estatutos que la Democracia cambió para que pudieran estar presentes los poderes políticos. Debido a una labor lenta, pero persistente, ahora en Cataluña sólo queda una caja de ahorros: las otra nueve, a pesar de estar asesoradas y fuertemente influenciadas por los poderes políticos de la Generalitat, fueron objeto de una administración tan penosa que hubieron de ser engullidas por otras entidades bancarias que se hicieron cargo de sus deudas.
Además de este importante número de cajas, la Generalitat creó en el año 1985 el Instituto Catalán de Finanzas, que Artur Mas prometió convertir en un Banco de la Generalitat. Es comprensible el empeño: tras hundir nueve cajas, queda siempre una frustración, y Artur Mas pretende devolver el orgullo institucional a través de un Banco y resarcirse de un pasado de tan rotundo fracaso financiero.
No obstante para obtener una ficha bancaria es necesario el visto bueno del Banco de España, que, ante el podríamos decir "currículo" de la Generalitat, así como su intenso y demostrado deseo de no depender del Banco de España, no parece que vaya a contestar a la petición de manera afirmativa. Claro que Artur Mas ha intentado pedirle la ficha directamente al Banco Central Europeo, pero allí le han comunicado que por ellos no hay ningún inconveniente, pero que, al tratarse de la petición procedente de un país de la Unión que tiene su propio banco central, necesitan el informe preceptivo del Banco de España, con lo que volvemos la ficha la casilla de salida. Y es una lástima, porque teniendo en cuenta los antecedentes de Banca Catalana fundada por Jordi Pujol y su padre, que acabó teniendo que ser intervenida por sus cientos de millones de déficit, podríamos asistir a un segundo acto fastuoso de millones, esta vez en euros.
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