Un cáncer traidor y fulminante acabó con la vida del escritor valenciano Rafael Chirbes (1949), una voz personalísima dentro del panorama de la literatura española moderna. Nos queda su obra como testimonio no solo de su universo literario sino de su integridad personal. El verano pasado, estando yo bastante cansado de novela histórica y de otras modas, me compré las dos últimas novelas de Chirbes, Premios Nacionales de la Crítica. Me refiero, claro está, a “Crematorio” ( 2007) y “ En la orilla” (2013), ambos editados por Anagrama. Desde las primeras páginas pude darme cuenta de la verdad de lo que decía la crítica: un realista galdosiano, el retratista del feroz materialismo de ciertas familias que se coaligaron con el poder político para enriquecerse sin ningún escrúpulo. Esto en verdad no es nuevo. Todos los medios de información vienen haciéndose eco de la pérdida de conciencia así como de la fría inmoralidad de las personas tras el advenimiento de la democracia, lo que ocurre es que nunca había pasado tan descarnadamente por la onda expansiva de un novelista de garra. Y este ha sido el mérito de Chirbes. Sus libros no han pasado desapercibidos en el extranjero, sobre todo en Alemania. “Crematorio” echa a andar siguiendo los pasos de Matías en una descripción perfecta de la ciudad veraniega y mediterránea. A Matías le sigue su hermano el constructor, desde luego sin escrúpulos morales. A éste ayudará en el trabajo sucio Ramón Collado, víctima a su vez de una prostituta. Tampoco hay que perder de vista a Mónica, la mujer de Matías. Así como al mafioso ruso Traian. Sobre este universo familiar gira el podrido mundo de la especulación inmobiliaria, los negocios no santos y en general la corrupción sistémica. En Chirbes los títulos son metáforas poderosas y simbólicas de lo que luego te vas a encontrar en el interior. “En la orilla” estamos hablando del pantano de Olba, una pútrida charca donde se esconden toda clase de basuras e incluso los perros olfatean misteriosos cadáveres. Aquí el dueño del espacio fangoso es el estafador Pedrós quien se vale de las buenas intenciones de Esteban, un simple carpintero en la ruina por culpa de la caída de los valores aprendidos en la niñez.
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