La mala fama

A estas alturas de la película nuestra de cada día a nadie se le escapa la plausible idea del consistorio de la capital de crear en la ciudad, en 2012, un Paseo de la Fama como una forma de rendir homenaje a los cineastas y actores más renombrados que por medio de su trabajo han estado vinculados a Almería. De hecho, en los últimos tres años, la pasarela de  la calle Poeta Villaespesa ha contado con la presencia de prestigiosos artistas del mundo cinematográfico que ha generado una buena dosis de promoción almeriense, lo cual siempre es bueno. Pero en mi opinión, no todo es tan acertado. Se imaginan al egipcio galán de galanes, Omar Sharif, que en gloria esté, con su inseparable mostacho embadurnado hasta las fosas nasales de ketchup y mostaza, como si hubiese lamido una sabrosa hamburguesa made in chiringuito nativo. Pensarían que sueñan si viesen la nuca del bondadoso Eduardo Fajardo cubierta hasta el cogote de una pátina reseca de pizza. Se creerían afectados de un extraño mal de la vista o que asisten al rodaje de algún extravagante film si se tropiezan con el mismo Arnold Schwarzenegger embarrado entre dese-chos de cherigan de atún. Dudarían de su sano juicio si les aparece el magistral director de Exodus, Ridley Scott, embetunado de morcilla de Alfaix… De tal guisa o en trances pringosos similares he podido ver, en los últimos días, a los “luceros” referidos y a los cinco restantes que se alinean en el Bulevar de la Fama almeriense. ¿Será culpa del reprochable comportamiento de algunos incívicos asistentes a la feria de mediodía? ¿ Puede ser que la ubicación precisa de las estrellas  sobre el pavimento y la ordenación urbana de la vía elegida para resaltar la fama no se haya sabido adecuar para el fin perseguido? En cualquier caso, la imagen – dudo mucho que sea  coyuntural– es deplorable. Y lo que queda en la retina del transeúnte y visitante es la mala fama de una calle dedicada a la buena fama de quienes han contribuido a hacer de Almería una tierra de cine.