La invasión de Europa y la evolución de China son, a corto y medio plazo, los problemas que ocupan las mentes de la mayoría de las personas que tienen algo de responsabilidad política. Sobre todo la primera, porque no es que la pacífica invasión sea inminente, sino que se está produciendo ya, y puede cambiar el panorama cultural, estético, social, político y étnico de Europa en muy pocos años. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de las hembras europeas en edad fértil son uníparas, y que las parejas de quienes inmigran poseen una tendencia probada a la prole numerosa, no hay que ser gran experto en estadística para deducir lo que ocurrirá al cabo de una generación. Asimismo, como entre los pacíficos inmigrantes se han infiltrado, o se camuflarán, terroristas avezados, el futuro es tan inquietante como el reinado de Witiza. Otra circunstancia puede que más lenta, pero de implacable influencia, será la evolución de China, en lo económico, por supuesto, pero sin olvidar el caos que podría provocar una desoccidentalización imprevista, algo así como una nueva edición de la revolución cultural que encabezó Mao Zedong.
Pues bien, mientras asistimos a un tiempo convulso, en un mundo interaccionado, resulta patético ver a los soberanistas catalanes haciendo excursiones al campo para dibujar el mapa de Cataluña, una Cataluña pura y sin contaminar a la que no llegarán ni musulmanes pacíficos, ni talibanes terroristas, ni africanos desesperados, un paraíso en la Unión Europea a la que no pertenecerán, porque Francia se acuerda de Córcega, e Italia del nuevo Milanesado, y Alemania de Alsacia-Lorena, y Reino Unido de Escocia. Pero da igual. Cambiará el continente, cambiará España, y los que no cambiarán serán los independentistas encerrados con su juguete.
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