Rituales bárbaros

Fermín Bocos
01:00 • 16 sept. 2015

La diferencia entre una corrida de toros y la persecución, acoso, tortura y finalmente muerte del Toro de la Vega, en Tordesillas, radica en que en la plaza el torero se juega la vida y en ocasiones el toro puede ser indultado, mientras que en la campa castellana los mozos que participan en el mal llamado festejo apenas corren peligro. La tauromaquia es un arte mientras que lo otro no pasa de ser un rareza medieval; un ejercicio de crueldad y de mal trato gratuito a un animal desorientado entre la multitud; condenado a muerte a beneficio de una tradición que se aviene mal con un concepto medio de lo que entendemos por civilización. La tauromaquia hunde sus raíces en la “taurocatapsia”, el ritual cretense inmortalizado en alguno de los frescos del Palacio de Knossos. Lo del Toro de la Vega es, por decirlo en dos palabras, una salvajada. No hay lucha ni riesgo y por lo tanto, no hay honor. Solo un brote de barbarie similar al de los “correbous”, otra tradición bárbara vigente en algunas comarcas del sur de Cataluña y del norte de la Comunidad Valenciana. En Castilla la “fiesta” consiste en alancear al toro y allí en atar teas encendidas a los cuernos de uno de estos animales provocando su estampida en medio de espantosos sufrimientos. Quienes a uno y otro lado del mapa hispano al que Salvador Espriu bautizó como la “la pell de brau” -la “piel de toro”- justifican tan crueles rituales bárbaros aduciendo que se trata de salvaguardar la tradición habría que decirles que los seres humanos progresamos a medida que dejamos que la razón y la sensibilidad y nos alejan de nuestro molde originariamente animal. Hay tradiciones encomiables y otras a desterrar para siempre. Creer que quienes piden la prohibición de tan salvajes rituales mancillan la identidad de Tordesillas (histórica villa del Tratado que estableció las bases del reparto del Nuevo Mundo), no han entendido nada. Lo que resulta insoportable es la muerte programada de un animal en el transcurso de una ceremonia de sangre que ofende la sensibilidad de las personas cultas y viajadas. Que las imágenes de tan salvaje festejo estén en las televisiones de medio mundo etiquetándonos a los españoles como un pueblo primitivo y violento, debería hacer reflexionar a quienes defienden lo indefendible.







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