Ucronía -lo que pudo pasar pero no pasó- es palabra de moda. Se cuela en todas las opiniones sobre la situación política en Cataluña y viaja como subordinada en las declaraciones que arguyen que no es posible la secesión que promueven los independentistas.
En términos dialécticos es un viaje contradictorio puesto que si por una parte se afirma que no acontecerá (la independencia), por otra todo son advertencias acerca de los males que aparejaría. Creo que es el argumento más débil de cuantos venimos escuchando a lo largo de la campaña. Débil porque apela a la racionalidad para refutar las conclusiones de un discurso (el de los secesionistas) cuajado en un registro, en esencia, emocional. Un choque en el que los sentimientos, por irracionales que nos puedan parecer, llevan las de ganar.
Quienes han hecho suya la bandera de la independencia son impermeables a cualquier reflexión sobre las consecuencias negativas de una eventual separación.
En el imaginario de los partidarios de romper con España se acumulan los mensajes instalados durante años por la propaganda nacionalista. El memorial de agravios -algunos reales, la mayoría inventados-, fue forjando una imagen falseada de las relaciones históricas de Cataluña con el resto de España. Falsedades sostenidas. Durante años, en el transcurso del proceso de inmersión lingüística el idioma catalán no viajó solo, se hizo acompañar de un relato histórico que ha tergiversado el sentido de no pocos acontecimientos del pasado. Aquella semilla ha germinado en la conciencia de muchos jóvenes y otros que sólo ven la televisión autonómica y tienen por verdad que Cataluña es una "nación ocupada", una "colonia" de España. El resultado es el problema que tenemos planteado. Un problema que no se resolverá con la votación del domingo. Va para largo. Tengo para mi que hay que dejar atrás el discurso de la ucronía e ir apostando por otro que exalte todo lo bueno que apareja ser español. No lo malo de la separación.
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