El diagnóstico sobre la Cataluña actual no es muy optimista y casi parece apocalíptico. Un país, se dice, sumido en el desconcierto, con un sistema de partidos al borde del colapso, con casos de corrupción que crean desazón, y en medio de negros nubarrones sobre el futuro.
Eso sí, las terrazas, restaurantes y campos de fútbol sigue llenándose, la vía independentista mantiene las formas y parece acotada como en un parque temático, y todo retransmitiéndose en un gran plató de televisión.
Sin caer en críticas laminadoras, de las que nos podamos arrepentir en un futuro, se hace imprescindible no solo acertar con el diagnostico sino también con las soluciones.
El catalanismo autista Se ha construido un discurso oficial, no hegemónico, pero si muy extendido que tiene mucho que ver con la cosmovisión creada desde la Televisión de Catalunya y otras instancias culturales y educativas. Un relato que responde más al modelo de una visión nacionalista de país que a una visión nacional, capaz de reflejar esa mayoría plural, compleja y poliédrica de la Cataluña de hoy.
No extraña, por tanto, que se hayan incubado los tópicos más negativos sobre la España constitucional. La imagen de una Cataluña moderna y democrática frente a una España atrasada y autoritaria no solo se repite constantemente entre ciertos sectores políticos y articulistas de opinión, sino que parece un mantra incrustado ya en la sociedad.
De ahí que historiadores como Josep Maria Fradera cuestionen el autismo del catalanismo para reconocer no solo la transformación de la España constitucional sino también para reconocer la pluralidad de la sociedad catalana.
Voluntad de arreglo Ahora podría ser la ocasión de salir del pleito identitario y del conflicto territorial eternamente prolongado que tantas energías consume y que está dejando secuelas patológicas. Hay que ir hacia un debate informado y reflexivo que abra cauces a todas las reivindicaciones, desde la claridad y ponderación. Un espacio donde se pongan sobre la mesa todos los litigios pendientes tanto a un lado como al otro del Ebro.
Una vuelta, sobre todo, a la política con mayúsculas que empiece poniendo límites al imaginario de “España como enemigo” y otros tópicos, que tanto dañan al entendimiento. De igual manera, no estaría mal interiorizar, de hecho y de derecho, la dualidad cultural-lingüística y de pertenencia como el ser de nuestra identidad, o lo que es lo mismo, recuperar los valores intrínsicos del catalanismo, y de la España ilustrada.
Y es que no está en la cultura democrática, ni la asimilación forzosa de Cataluña, ni la desaparición del idioma catalán, ni la reducción a una provincia, como algunos proclaman.
La España de todos, liberal e ilustrada, siempre ha apostado por el diálogo frente a las dialécticas excluyentes. No debería olvidarse que la democracia española y el autogobierno de Cataluña han ido siempre de la mano.
Epílogo Para terminar, recordar las palabras de Juan Pedro Quiñonero en su libro “España, una temporada en el infierno”: “La construcción de España como la construcción de Cataluña, son dos proyectos condenados a la tragedia si sus cimientos no se echan con el granito fundacional de las culturas, que son diversas, sin que ninguna tenga el monopolio de la verdad, la justicia o un derecho superior sobre las otras; ya que todas ellas nos enriquecen con frutos muy diversos y tan indispensables como el pan y el vino de los antiguos genios de la tierra”.
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