Y llegó ‘Mar de Plástico’

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 25 sept. 2015

El primer capítulo del serial televisivo “Mar de plástico” cumple con el protocolo elemental para un desarrollo muy previsible y de escaso recorrido argumental. 
La trama, a través de los personajes, su involucración en el caso y la idiosincrasia del entorno concernido deja muy pocas opciones a la actuación intrínseca de los personajes, dejando un enorme protagonismo al patético entorno social que es, en definitiva, el que modela y condiciona el argumento contaminado por los nada edificantes comportamientos: racismo, xenofobia, corrupción política y empresarial, prácticas abusivas, mafia institucionalizada, vida disoluta…
La chica asesinada y descuartizada es hija de una alcaldesa que conoce y consiente el modelo de sociedad pletórico de irregularidades e ilegalidades. Ya, en un primer affaire político, encontramos a la alcaldesa induciendo a una renuente oposición a firmar un acuerdo de dudosa legalidad.
Posteriormente, el capataz, de perceptible acento sajón, conduce una camioneta que recoge moros y tostaos (sic) en un singular “mercado de trabajo” que se supone el procedimiento habitual y consentido en la comarca, y que se asemeja al de las costas de Zanzíbar S. XVIII.  Al negro sediento, ni agua. Un trabajador de raza negra llega al bar, en ese momento ocupado por unos niñatos desocupados, incultos, agresivos, racistas y muy pijos que, tras negarle solución a su sed, sin otra encomienda la emprenden contra él a mamporros como simple desahogo.
El jefe de la cooperativa -consumado corrupto- acostumbrado a comprar voluntades no duda en ofrecer prebendas al policía (jefe de la Judicial) y le dice que a todos les gusta algo: dinero, putas, juergas, armas… “a los civiles les ponen las armas”. Y así, ya se puede adivinar el caudal de escrúpulos de este “empresario” que le dice a su voluptuosa rusa lo que le cuesta ganar a 20 céntimos el pepino los 2000 euros que le sopla para un tratamiento de belleza. 
En cuanto a la trama amorosa, tan imprescindible en estos deficientes argumentos, se va a circunscribir al jefe de la Judicial y a la viuda de su compañero en la campaña de Afganistán. Y especial atención al chico deficiente que podrá jugar un papel determinante al presentarlo como refractario a las mentiras en un ambiente en el que se prodigan corrupción, infidelidad, deslealtad e ilegalidad. Este chico puede demostrar ser el único que se salva de entre una fauna absolutamente deleznable. Así las cosas, aún falta por desgranar un asesinato. Pero lo más preocupante es el escenario recreado. Veremos más racismo, puterío, derroche, abusos intolerables… y todo esto en un ámbito de marcado acento agrícola que, según el guión preestablecido, se sustenta en el desprecio a los derechos más esenciales. 
Este modelo de sociedad no es tan ficticio; se nutre de argumentos afortunadamente periclitados, pero que lamentablemente han existido. Existió una vez (Sucesos de El Ejido) un asesinato, un linchamiento, un enfrentamiento… y unas lamentables consecuencias para el sector agrícola que -a la vista está- aún no nos hemos resarcido.
Un serial sobre las condiciones de trabajo de chinos fabricando zapatillas de deporte de marca tendría la misma influencia en los consumidores que los que hacen calabacines a base de mercados negreros, odioso racismo, bochornosa incultura, insultante exhibicionismo… Y el telespectador, seducido por el “realismo de la ficción” es muy libre de establecer sinergias y empatías que, a buen seguro, veremos reflejadas en nuestros intereses y Marca Almería.
Atresmedia ha ganado un seguidor de la serie. Los almerienses nos hemos ganado una buena “hostia”.   







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