A principios del siglo XX, en las calles y plazas de Granada andaban muchos pobres que exhibían sus taras físicas, en definitiva, una parte de la sociedad pobre y harapienta que llenaban las calles de tristeza y miseria.
Alguna gente piadosa aliviaba su conciencia ejerciendo la caridad de tener un pobre que saciase su hambre con la comida que sobraba en casa cada día.
Todo este entramado de desfavorecidos eran alquilados por las familias, funerarias para que en los entierros hiciesen de veleros, portando velas para acompañar al difunto, apreciándose una gran diferencia social en los óbitos.
Si el difunto era rico, se seguía un protocolo de delicado estilo, la familia del finado se dirigía a sus amistades de dos formas, por medio de la prensa, con el siguiente slogan: “no se reparten esquelas y se suplica coche, “o llevando de casa en casa las esquelas en un gran sobre negro con la hora del entierro y el nombre del difunto.
Los entierros se acompañaban de estandartes que portaban inscripciones latinas en oro, o bien; si pertenecían alguna cofradía, la bandera de la misma o insignia.
Le seguían como hemos dicho toda una prole de discriminados con sus velas encendidas, formando una triste y macabra procesión. Si el rango del difunto así lo requería, se acompañaría de niños que portaban cirios, todo esto seguido de una comitiva eclesiástica que cantaba salmos penitenciales, encabezada por el barítono Julio Vidal Aban, interpretando el miserere acompañado de un músico llamado Gaspar que tocaba el fagot.
Toda esta parafernalia fúnebre, transformaba cantos litúrgicos como el gori- gori en comparsas graciosas que dependían de la importancia del muerto,
“Cantemos o no cantemos, cinco duros ganaremos. “
Los entierros de mujeres, hombres jóvenes y niños, se llevaban a hombros, pudiendo ver su imagen e implorando por sus alma.
Se hacia el recorrido por la Acera del Carro y el Paseo de los Tristes, con gente dedicado e este fin; en el puente de Aljivillo se despedía al difunto, con la correspondiente retribuccion de, a los veleros de una peseta y con un duro a los emperifollados carruajes; a partir de este lugar, cuatro enterradores lo llevaban a pie, teniendo en cuenta que si se echaba la noche encima, se dejaba pernoctar al finado en alguna cueva y se continuaba a la mañana siguiente.
Había casos de Street-teas, en el que se le quitaban los zapatos y el traje al finado que luego aparecían por alguno de los baratillos de la calle Elvira.
Las familias que aparentaban lo que no tenían, le quitaban el forro a la caja para no pagar impuestos, las de los pobres iban atadas con cuerdas para que encajaran las tablas y se le conocía como caja de las Animas, por cierto de inferior calidad que las de Palo Santo, usadas por aquellas personas mas pudientes, como era el caso de D. Manuel Rodríguez Acosta, que en calidad de hombre rico, seguía un itinerario especial en su desplazamiento hacia el cementerio ( por la Alhambra )
Y termino con una de esas coletillas fúnebres que marcaba la diferencia social.
“Cuando se muere un pobre
que solito va el entierro.
cuando se muere un rico
va la música y el clero”
“La muerte asumida no es muerte “
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