Todo el mundo sabe que una de las prioridades de las familias andaluzas es el repaso riguroso de la historia del pre y post-franquismo. Tener empleo, una red hospitalaria eficaz y no colapsada, que los niños se eduquen en colegios y no en barracones son ya aspectos secundarios frente al supremo interés de los andaluces por exhumar las miserias del franquismo.
Las familias de Retamar y el Toyo que días atrás se manifestabanpara preguntar a la Junta por el instituto prometido pero no construido, decían que sí, que estaban molestos porque sus hijos tuvieran que dar la clase de gimnasia en un parque o que se quedaran sin prácticas de química por falta de laboratorio, pero que lo que de verdad les tenía cabreadísimos es que sus hijos no pudieran estudiar en detalle todas las proclamas del general Queipo de Llano desde Radio Sevilla. Así, cualquiera entiende que la presidenta Susana Díaz prefiera que los andaluces se eduquen correctamente aunque tengan que hacerlo en “aulas de fabricación rápida”, como las definió su propia Consejera de Educación, Adelaida de la Calle. Y es que el resto de españoles no sabe la suerte que tenemos los andaluces: disfrutar de un gobierno atento y eficaz que sabe detectar las necesidades de la gente y resolverlas adecuadamente. Por eso es normal que se declare prioritaria, aunque no se presupueste, la construcción del Hospital Materno Infantil que prometieron en 2007, mientras que se impulse decididamente esta edición remasterizada de la Formación del Espíritu Nacional. Hacer hospitales es como hacer pantanos: franquismo en estado puro. Por lo tanto, lo moderno, lo conveniente y lo que genera semillas de futuro es señalizar los vestigios de un pasado aciago y dejar para el mañana obras inconclusas marcadas por primeras piedras que, al paso que van, acabarán siendo objeto de la Memoria Arqueológica. Menudo despropósito.
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