Antes de acabar la carrera de derecho, mi hermano Diego, que vivía en Córdoba en los tiempos de Julio Anguita, me invitó a pasar unos meses allí, concretamente una primavera, de ahí los recuerdos tan maravillosos que tengo de esa ciudad. Él estudiaba graduado social, y a través de una compañera suya pude entrar como pasante en Comisiones Obreras y así conocer de cerca el derecho laboral.
Nunca supe por qué estudié derecho. Yo de pequeña quería ser maestra y misionera, y que mi marido fuera médico. De esa manera, entre los dos, ayudábamos a la humanidad. Por eso mi madre se empeñaba en que estudiara magisterio y me quedara en Almería. Y puede ser que la insistencia en esa idea me hiciera pensar en una carrera que entonces no se podía hacer en la provincia, y elegí derecho para irme a Granada.
El otro día volví a Córdoba, después de treinta años. Estaba lloviendo y desde que me bajé en la calle san Fernando, para meterme en la pensión El Portillo, en plena Medina, hasta que me fui dos días más tarde, estuvo lloviendo.
El agua me caló en los zapatos, pero a base de cambiarme de calcetines y ponerme pañuelos de papel en la planta del pie, lo fui llevando bien. Además iba con paraguas, pero no siempre me cubría, y el agua corría a veces con fuerza por las calles de Córdoba.
Caminé buscando los lugares de mi memoria, y me encontré con otros. Por un lado, nada me impresionaba, y por otro, todo me parecía distinto. La plaza de la Magdalena, lo más cercano al piso de mi hermano; la callejuela del Pañuelo, la más estrecha de la Judería, donde yo me pasaba ratos sentada enfrente de una minúscula y encantadora fuente; el patio de los naranjos de la Mezquita, y la dichosa Catedral, tan impertinente, apoderándose de un templo que no es suyo; y también la Plaza del Potro, con su Posada, en la que se me quedó grababa la proyección de Johnny cogió su fusil.
Pero lo más conmovedor fue entrar en la Corredera. La plaza más bonita de España, según reza en una placa de fecha reciente. La vi de día y de noche. Por la mañana con el cielo gris, y en la oscuridad, salpicada de lluvia. La recorrí varias veces. Me gustaba ver la lluvia caer y yo chapoteando bajo mi paraguas sobre la plaza.
Iba pensando en mi vida; qué hacer con mi vida; qué hacer en la vida. Deambulando por los alrededores me había encontrado, en diferentes lugares, diferentes pintadas, pero todas íntimamente relacionadas y todas pintadas en verde sobre blanco. La primera decía “Necesitamos humanidad”, la segunda “Necesitamos coraje” y la tercera “Necesitamos versos”.
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