El presidente del Gobierno ha convocado a empresarios y sindicatos en la sucesión de contactos que ha establecido para abordar el pulso secesionista catalán. La reunión con los agentes sociales llega después de completar una ronda con líderes de otras formaciones y con un ramillete heterogéneo de presidentes autonómicos: Cifuentes, Puig y Revilla.
Seguimos sin saber muy bien a qué conducirán estas reuniones que alguno de sus interlocutores, como Alberto Garzón, ha calificado de mero teatro. Y también suscita dudas el proceso de selección de quienes han sido convocados a La Moncloa. El lehendakari Urkullu ha dicho que no ha sido invitado y que lleva esperando un año a que Rajoy le responda a algunas peticiones.
También llama la atención que Rajoy haya seleccionado a un trío de presidentes autonómicos cuando en nuestro país existe una Conferencia de Presidentes, que sólo ha sido convocada una vez en esta legislatura, y que tiene por misión "debatir y acordar sobre asuntos de especial relevancia para el sistema autonómico". Y parece difícil encontrar asunto más relevante para nuestro sistema autonómico que la amenaza secesionista lanzada desde el parlamento de una autonomía.
Por todo ello da la sensación de que el presidente Rajoy, más que pactos, esté buscando impactos en La Moncloa. Fogonazos que le permitan mostrar un perfil dialogante que contrasta con la ausencia de diálogo que ha sido marca de su mandato.
Porque su gobierno ha sacado adelante sus grandes reformas legislativas sin diálogo previo y en soledad parlamentaria. Haciendo oídos sordos a las voces de la oposición y a los sectores sobre los que ha legislado. Ese aislamiento le llevó a no tender puentes cuando el conato independentista en Cataluña necesitaba sólo cortafuegos. Y pretender tenderlos ahora, cuando el incendio ya está activo, su gobierno casi amortizado y sus rivales midiendo cada paso antes de que se abran las urnas, quizás sea demasiado tarde.
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