Antes de flagelarme con el artículo de hoy, quisiera hacer una advertencia. A estas alturas, a mi ya no me extraña nada lo que está pasando. Ni la apatía de la Comisión Europea que aún se está pensando qué hará con las mujeres y los niños que mueren de hambre y de frio frente a las alambradas de las grandes ciudades, ni los no menos escandalosos privilegios de los cardenales de la Iglesia católica que se oponen a las reformas del Papa, “pastor rodeado de lobos”. Menos todavía me importan las listas electorales del PP, partido al que las encuestas dan por ganador en los próximos comicios.
Si en este país no existiera el principio de que quien va a la política es para forrarse, como dijo aquel señor de Valencia, desaparecerían de golpe todos los corruptos, y con ellos, los políticos que los amamantaron. Pero no tendremos esa alegría, quienes no pertenecemos a ningún conciliábulo ansioso de escalar el poder. Observo solo por interés meramente periodístico las luchas soterradas que se traen algunas listas. El presidente del Gobierno dice que tiene dificultades para formar el equipo que saldrá a competir con las otras siglas. Ya me hago cargo. Es la hora del “qué hay de lo mío”, del “no te olvides,Mariano, que yo siempre te voté contra las embestidas del escepticismo aznariano”. En una formación donde no existe otro instrumento de ascensión que estar bien con el líder, es normal que cunda el peloteo o su equivalente: no hablar una palabra contra quien manda. Se impone pues la moral de la oficina siniestra, que consiste en que nada más llegar el jefe a la oficina, el pelota se pone de rodillas , se da media vuelta y le besa el trasero. “Don Mariano, ¿cómo está la familia” ,¿ha leído usted las encuestas?”, “Le veo un poco acatarrado, ¿quiere que le traiga algo de la farmacia?”.
Todo se fundamenta en que, esta vez, a lo mejor el PP gana las elecciones generales y sin embargo no dispone de puestos suficientes para contentar a estos señores que llevan en política lo que no está escrito. Ni sacándolos de Madrid y llevándoles a provincias, como hicieron con Rafael Hernando, ni abriéndoles las puertas giratorias para redondeen los ocho mil del ala, aquí puede pasar algo grave. Con razón Rajoy no se fía.
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