Decía Antonio Machado que, en España, de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa. De estas primeras hay un buen ejemplo en un detenido en Santa Coloma de Gramanet, que embistió con la cabeza a un agente de la Guardia Civil, dentro del programa de protestas que los antitaurinos desarrollaron durante el Toro de Jubilo de la localidad. No quiero decir que la embestida estuviera programada, sino que tuvo lugar durante la manifestación de unas 80 personas que protestaban contra las otras 8.000 a las que les gusta el festejo.
La Generalitat prohibió las corridas de toros, pero el martirio durante varias horas de un toro embolado con fuego permanente que sala de las astas, y que enloquece a las reses, les parece algo que hay que respetar por la tradición.
Esta paradoja no ha convencido a los animalistas que también quieren que se prohíban las demás torturas.
Sigo yendo a los toros porque vivo en una comunidad autónoma en la que no gobiernan los totalitarios, enemigos de la libertad, pero comprendo que los que están en contra del maltrato se manifiesten ante las granjas de pollos donde los tienen encerrados y les proporcionan hormonas para que no maten a picotazos dentro del estrecho cajón en el que crecen y se desarrollan.
Lo que no está bien es lo de embestir a la Guardia Civil, ni dar picotazos, ni nada, porque estos pacifistas tan violentos son igual de contradictorios que los jerarcas de la Generalitat.
O a lo mejor es que el secesionista que llevaba dentro tradujo el verde del uniforme por el color de las fuerzas represoras.
O le había dado al priorato antes de la protesta. Pero la enorme diferencia es que yo no he visto nunca ninguna manifestación, ni grande ni pequeña, para insultar a los antitaurinos.
A mí, en Alicante, me llamaban asesino al entrar a la plaza. Y puede que la explicación esté en que, como decía Machado, de cada diez cabezas, sólo una piensa.
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