Mi padre hacía nudos en su pañuelo para acordarse de las cosas, pero luego, cuando veía el nudo, no recordaba qué cosa debía recordar. Mi padre tenía, el pobre, una memoria espantosa, pero apostaría que no tanto por alguna disfunción como por el hecho de ser español. Los españoles tienen, en efecto, una memoria horrible, y sólo atendiendo a esa circunstancia puede entenderse que el Partido Popular pueda ser el más votado en las próximas e inminentes elecciones generales.
En España hay leyes por un tubo, pero casi ninguna se cumple. La de la Memoria Histórica, cuya aplicación podría disipar en algo la amnesia colectiva, esa espesa niebla que nos impide reconocernos y conocernos, no alcanzaría, ciertamente, a curarnos de todas las insanias de la desmemoria, pero, por si las moscas, el Partido Popular ha procurado que nos olvidemos de ella mediante la incalificable acción de gobierno de no haber librado en cuatro años (cinco en realidad) ni un sólo euro para dotar a esa Ley vigente, que sólo establece medidas cauterizadoras y puestas en razón, de los recursos que precisa para su aplicación. El PP nunca ha sido partidario del recuerdo, de la memoria, pero no debería preocuparse mucho: los sondeos, bien que manipulados y "cocinados" hasta lo indecible, señalan que una buena porción de electores se ha olvidado de su infausto gobierno, de sus innumerables y gravísimos casos de corrupción (un endemismo) y de la sobrecogedora inanidad de su líder.
Si vivir es recordar, diríase que andamos un poco muertos, pero ahora que la vida se centra en los comicios del 20-D, tenemos que votar es recordar y que conviene andar algo más vivos. Pero no se recuerda. Ni los devastadores cuatro años sufridos en un ajuste de cuentas permanente, ni lo que, en prospección pura y dura desde las claves de ese reciente pasado, los otros cuatro nos podrían propinar. Votar es recordar, pero cuando buena parte de los españoles ven el nudo en el pañuelo, no saben cómo ni qué.
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