Un debate a puerta gayola: lo que sus gestos dijeron de los candidatos

Rosa Ortiz
23:55 • 08 dic. 2015

Es difícil hablar en público sin un punto de apoyo. Un atril, por liviano que sea, siempre sirve de escudo, de parapeto. En el debate a cuatro organizado por Atresmedia celebrado la noche del lunes, la decisión de la cadena de situar a los cuatro contrincantes en un semicírculo abierto fue, más que una cuestión decorativa, una estrategia bien pensada que vino a reforzar la idea de lo que quería ser el programa: una confrontación ágil, sin cronómetros, sin el encorsetamiento visto en ocasiones anteriores. 
Colocar a los candidatos en un plató sin perturbaciones visuales y situarlos allí, de pie, a puerta gayola, delante de los presentadores, del público asistente y de los millones de espectadores que lo vieron por televisión, ofreció mucha información de Sánchez, Iglesias, Rivera y Sáenz de Santamaría. Comunicación no verbal, que es casi tan importante como la parte audible de un mensaje y que dice mucho de uno mismo porque, aunque algunos gestos puedan estar ensayados, nadie es capaz de controlar todo el tiempo hacia dónde mira o cuál es la colocación particular de sus piernas y brazos. 


Sin atril Que los candidatos no tuvieran un soporte físico al que aferrarse les situó en una posición de desnudez metafórica que reveló datos, si acaso intuitivos, sobre el encorsetamiento permanente de Pedro Sánchez, que solo en algunos turnos de réplica, más suelto en su dialéctica y menos pendiente de su gestualidad, se alejó de la imagen de producto de laboratorio que le acompaña de forma casi permanente; de la incomodidad y el desagrado de Soraya, echando la cabeza inconscientemente hacia atrás, levantando la barbilla, claro signo de rigidez y tensión, cuando el resto de los candidatos le afearon datos del paro y, especialmente, cuando se habló de la corrupción de su partido; del nerviosismo de Rivera, que no sabía qué hacer con las manos y que se movía constantemente de un lado a otro; y del dominio del escenario que demostró Iglesias de principio a fin. 
El líder de Podemos es un animal televisivo y controla perfectamente los resortes del medio. Tuvo un acierto que jugó a su favor: se aferró a un bolígrafo con las dos manos y ese boli fue su muro de defensa, su fortín durante todo el debate. 
Sobraron en Pedro Sánchez las medias sonrisas, forzadas en algunas ocasiones. Sonreír en televisión y en política es muy importante, pero hacerlo inadecuadamente puede ser contraproducente porque, instintivamente, somos capaces de reconocer cuando una sonrisa es sincera -muestra flexibilidad, confianza y simpatía-, de otra que no lo es. 


Opositora empollona Le sobró a Soraya el tono de opositora empollona con la lección bien aprendida, hablando despacito para que se le entendiera bien, que buscó en algunas de sus intervenciones, principalmente cuando se estaba debatiendo sobre economía. En algunas réplicas, fuera ya de ese carril, se pudo ver a la Soraya ágil y bregada en el cuerpo a cuerpo parlamentario y eso el debate lo agradeció. El puñetazo a la barbilla que le propinó Albert Rivera cuando le enseñó la portada de ‘El Mundo’ sobre los papeles de Bárcenas, le dejó noqueada. Estupefacta, con las cejas arqueadas y tragando saliva, no pudo disimular ni la sorpresa ni el estupor. 
Sobró en Rivera tanta contención dialéctica, uno al final no sabe si va o si viene, en contradicción con esa especie de volcán en erupción que parece tener dentro del cuerpo. Cuando se quedaba fuera del debate, miraba a los presentadores, gesticulaba con los brazos y pedía la palabra para hablar de su tema: el bipartidismo. Y, finalmente, sobró en Iglesias ese tono resabiado, intentando sacar de quicio a sus contrincantes con la frase de “no te pongas nervioso” que le lanzó, como un dardo envenenado, varias veces a sus tres rivales. 




Naturalidad En los códigos televisivos, desenvolverse con naturalidad ante las cámaras es fundamental porque cuando un candidato disfruta, se siente ganador y lo transmite. Bill Clinton, ex presidente de Estados Unidos, decía que un debate se parece a la música de jazz, donde “hay una melodía general y mucho espacio para la improvisación”. Por el dominio del medio y su facilitad para transmitir el mensaje, el ganador del debate fue, sin duda, Pablo Iglesias. Le siguió Soraya Sáenz de Santamaría, que salió airosa de una situación, a priori, muy complicada. A Rivera le sobraron nervios y le faltó discurso y en Pedro Sánchez se echó de menos la contundencia con la que se expresó ayer, en un mitin en La Coruña, en el que apeló a la “raza” y habló de logros de su partido que no supo trasladar en el debate.






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