Estas elecciones generales dicen que son las votaciones más importantes de las últimas décadas. El bipartidismo se debate entre más partidos que han irrumpido en el panorama político español, dando ilusión de nuevo al futuro que se nos avecina. A votar hay que ir leído y leída: hay que saber hacia dónde queremos que vaya el barco en los próximos años. Somos partícipes por acción o por omisión. Dice Ada Colau: “El derecho a decidir es una revolución en sí”.
El siglo XX ha tenido sus luces y sus sombras para la mujer española y sus derechos. Hace unos días, en La Voz de Almería, Manuel León escribía sobre las almerienses que fueron a votar por primera vez.
En 1933, hace unos ochenta años, Maruja Sáez y Caridad Jiménez, sintieron una felicidad inmensa cuando fueron a ejercer su recién estrenado derecho a voto. En 1931 la Constitución Española reconoció el voto de las mujeres, gracias a la lucha de, como por ejemplo, Clara Campoamor, que defendió en las Cortes con un brillante discurso el derecho de la mujer al voto, en el que resaltaba la igualdad ante la legislación, pero puntualizó que solo estaba dirigida por uno de los sexos.
La mujer ha tenido que demostrar continuamente su capacidad, y ella exigía tener los mismos derechos que los varones preguntando en el parlamento: ¿no pagan los impuestos para sostener el Estado de la misma manera que los varones? Demostró que la mujer estaba en lucha continua para demostrar su capacidad. Además, se tuvo que enfrentar a los que pensaban que la mujer no estaba preparada para votar, alegando influencias de la iglesia.
Se consiguió por un estrechísimo margen: 131 votos contra 127. Así las españolas empezaron a acceder a las administraciones e instituciones, por lo que se empezó a cambiar el discurso para captar el voto de las mujeres.
Esta alegría duró poco: la dictadura franquista extinguió cualquier gesto democrático igualitario. Con la dictadura la mujer perdió sus derechos, estaba supeditada al padre o marido; y hasta 1977, tras la muerte de Franco, no se volvió a recuperar el voto. Con la Constitución de 1978, las mujeres regresaron como diputadas y senadoras; y actualmente su presencia sólo es proporcional en los parlamentos autonómicos, superando el 40% del umbral que establece la Ley de Igualdad. Siendo más población que la de los varones, las mujeres suponen un 50.86% del total de la población, y más preparadas, un 54.3% de los estudiantes universitarios son mujeres y un 57.6% de los titulados, y a partir de aquí la presencia de la mujer se va difuminando. Según el INE no es igualitaria ni en los partidos ni en el Congreso, que es un 36% y un 33% respectivamente.
Las carteras ministeriales solo han supuesto un 30.77% esta legislatura. La representación de altos cargos es de un 33%. Y en los órganos constitucionales: Tribunal de Cuentas (41.7%), Consejo General de Poder Judicial (33.3%), el Consejo del Estado (21.5%), Consejo Económico y Social (19.7%) y la Junta Electoral Central (14,3%). Y en las Reales Academias, con fecha del 2014, es del 9.33%.
Mañana, no podemos ni debemos “olvidar a aquellas mujeres que dedicaron su vida a luchar por nuestros derechos”, dice mi compañera de la Red Equo Mujeres, Ana Pérula, y que además nos anima “a votar en esta democracia imperfecta con el instrumento de construcción masiva que se llama voto”. Iré leída a votar y difuminaré cualquier duda que pueda tener, porque no ir a votar, lo que viene siendo la abstención, que también es un derecho democrático: no tiene consecuencias directas en los resultados. Nos estamos jugando mucho en los derechos que nunca nos ha regalado nadie.
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