Desayuno con Darwin en El Ejido

Pedro Manuel de La Cruz
23:45 • 19 dic. 2015

Hace unos días alrededor de doscientos almerienses desayunamos con Darwin en El Ejido. Fue en las IX Jornadas de la Agricultura Almeriense cuando en la primera mesa redonda, Antonio Jiménez, director técnico de Koppert España recurrió a una cita del naturalista británico para defender que no es más fuerte quién más resiste, sino quién mejor se adapta a las circunstancias. 
Fueron cuatro horas de reflexiones muy interesantes sobre algunos puntos cardinales- residuos 0; más productividad o menos coste; luces y sombras de la producción ecológica; retos en investigación y formación- , pero, todos ellos, tratados desde el rigor que impone un mismo universo: la necesidad de adaptarse a la realidad presente y futura y a sus condicionantes. Darwin puro. Hasta casi antesdeayer la cultura agrícola se había cimentado sobre la acumulación de experiencias marcadas por lo imprevisible. El clima, los productos, la tierra, el agua, todos eran factores dominados por los astros o la divinidad. Las rogativas al santo o la ofrenda al dios de la tormenta- un día para que lloviera y acabar con la sequía; al día siguiente para que dejara de llover y evitar la inundación- eran (casi) las únicas armas para procurar la bondad de la cosecha. El oscurantismo se mantuvo hasta el siglo XIX y tuvieron que pasar miles de años para que la hoz fuera sustituida por la cosechadora.
Hoy la realidad evoluciona a una velocidad espectacular y las miradas al cielo han sido sustituidas por la investigación en el laboratorio. La ciencia ha echado raíces en el campo. Y lo mejor está por llegar.
No es la última una frase para la esperanza. Es la constatación, en solo seis palabras, de uno de los argumentos expuestos por Jerónimo Pérez Parra en su ponencia del lunes cuando aseguró que las necesidades alimentarias de los nueve mil millones de personas que en 2050 poblarán el planeta exigirán que la producción actual aumente en un setenta por ciento. Esta es una de las fortalezas de la agricultura intensiva, su capacidad productiva.  Una capacidad que, como mínimo, multiplica por cuatro a la agricultura tradicional, además de producir fuera de los meses habituales de verano. Y, por si esto fuera poco, lo hace consumiendo menos agua. Esa es nuestra fortaleza: Podemos producir más en un momento en que la demanda de productos agrícolas dibuja un perfil en permanente aumento, no sólo por el crecimiento demográfico, sino por su aportación saludable.
Pero esta realidad no es un camino a recorrer desde la autosatisfacción. Es un trayecto salpicado de fortalezas, pero también de debilidades. 
Paco Góngora, alcalde de El Ejido, las señaló en su intervención con rigor incuestionable la necesidad de mantener la sostenibilidad de los aportes hídricos apuntando a un trasvase de cincuenta hectómetros anuales desde la presa de Rules- al cabo, decía Góngora, muchos de los habitantes del poniente almeriense vienen de su zona de influencia-; el tratamiento de los restos vegetales en búsqueda de subproductos, como ya se está investigando en Las Palmerillas; la ordenación territorial para evitar riesgos ante lluvias torrenciales; la mejora de infraestructuras, tanto dentro como fuera de los invernaderos; la concertación de precios para no estar sometidos a los vaivenes con la creación de un mercado interprofesional de ámbito europeo; la mejora en la planificación de los cultivos; y la continuidad permanente en la innovación que ya llevan a cabo empresas privadas y organismos públicos o privados con ayuda de las instituciones, como son los casos de Tecnova, Ifapa, institutos municipales de investigación y otros.
Vamos, que es mucho lo recorrido, pero es mucho lo que queda por recorrer. Y para ese camino, nada mejor que asumir la filosofía darwiniana de la adaptación. 
Escribió Santa Teresa que Dios también está en los pucheros; la agricultura almeriense también demuestra que Darwin desayuna cada mañana en la calidez esperanzada de nuestros invernaderos.    







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