No vamos a negar las buenas y excelentes ventajas que proporcionan a nuestras vidas las tecnologías de la información y la comunicación. Pero tampoco vamos a negar la carencia de una educación digital adecuada para el desarrollo del ser humano. Recibimos todos los minutos de todas las horas de todos los días de todos los años un volumen de información que resulta complejo de digerir. Es tesis aceptada por los teóricos de la comunicación que el exceso de información no aporta mejor información, o lo que es lo mismo: no por recibir mayor información tendremos más conocimientos. Suele ocurrir todo lo contrario, lo que informa no es el exceso de información, que intoxica, sino la calidad de la misma.
Dado que nuestra sociedad tiende cada vez más no solo al consumo sino a la adicción informativa, nos hemos convertido en esclavos de la novedad y de la velocidad, elementos característicos de la información, que no son ajenos a cualquier ámbito de ésta, incluida, por supuesto, la información política. Si analizamos la hemeroteca de este último año podemos constatar el gran volumen de información política ofrecido por las páginas de todos los diarios. Tres cuartos de lo mismo ocurre si visualizamos o escuchamos los archivos audiovisuales o los contenidos de Internet y de las redes. Pero estos contenidos han contagiado también ferozmente a la opinión y se han enquistado cuan grama asida en todos los opinadores de este país, quienes parecen haber olvidado los muchos y variados temas de interés de los ciudadanos, sin menoscabo de la cosa política. Los marcadores del interés de las audiencias van por otros derroteros muy alejados de los temas habitualmente elegidos por informadores y opinadotes que, en su mayoría, causan cierto empacho de información política. Asistimos, pues, a una verdadera “infoxicación” política, acrecentada por la red, sin capacidad para digerirla. Estamos infoxicados políticamente.
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