La bodega de las intenciones

Jose Fernández
01:00 • 31 dic. 2015

Con los buenos propósitos pasa como con el vino, que el tiempo estropea a los malos y ennoblece a los buenos. Debe ser por eso que nuestras mejores y más admirables intenciones reposan inamovibles en la bodega de nuestro ánimo, esperando a que como el arpa dormida del poeta, una voz las conmine a levantarse a caminar y les sacuda el polvo del rincón. Pero no todo el mundo conoce a algún poeta y, si lo conoce, está siempre recitando estrofas raras en un garito lleno de melancólicos y lánguidos, y casi que es mejor que siga allí y no venga a darte la tabarra. 
Les digo esto porque este último/primer artículo del año que se va o que llega, según el día que lo lea usted, es siempre terreno abonado a la introspección propositiva o, lo que es lo mismo, a ese intento anual de rescatarnos de nosotros mismos. Y hemos llegado a un punto que casi lamentamos dejar caer una gota de consecuente responsabilidad sobre el barril del viejo propósito, no sea que de ese modo se estropee esa gran reserva emocional de proyectos que acumulamos, intocables, a la espera de vaya usted a saber qué cosa. Por lo tanto, lo aconsejable es invertir en aspiraciones, intereses y empeños saludables y políticamente correctos (empezar a papagayear en cada frase terminándola con el correspondiente todos y todas) para, a continuación, hacer caso omiso de todos y cada uno de ellos. Dejarnos llevar por nuestros deseos e intereses y contemplar desde la lejanía la sucesión de afanes apilados y enmohecidos a la espera de que el próximo fin de año nos devuelva a la tradición de renovar con ilusión el secreto compromiso de su incumplimiento. Por mi parte no tengo más que desearles toda suerte de prosperidades y gozos de cara al año entrante anunciándoles, eso sí, que por lo menos yo pienso cumplir mi propósito de ausentarme de esta cita por unos días. Sean felices.  







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