Sorprende que los numerosos reproches que se están haciendo al estudiado debut de la izquierda podemita y asamblearia en el Congreso reflejen un tono de estupefacción ante lo infrecuente de sus formas. ¿Acaso alguien esperaba otra cosa? Tal como uno lo ve, los ahora diputados y diputadas tuvieron un comportamiento bastante moderado en su coreográfico estreno, pues tan sólo se limitaron a llegar en bicicleta, pasear greñas, tomar posesión con pronunciamientos chiripitifláuticos, utilizar bebés al estilo de las mafias pedigüeñas y a cerrar el show haciendo pucheritos en las escaleras del Congreso.
Pero recordemos que esta gente es la misma que ocupó y ensució durante semanas numerosas plazas de media España y que no dudó en cercar el Parlamento haciendo llamadas a su asalto. Ahí están las hemerotecas. No estamos, por tanto, ante una revelación de la política ni del espectáculo. El empleo de los efectos especiales está ya muy estudiado desde los tiempos del gran empresario circense P.T. Barnum, al que se le suele atribuir la frase “Cada minuto nace un idiota”. Quizás por eso haya tanta gente aplaudiendo la teatralidad de unos candidatos que, digámoslo claro, han entrado al Parlamento para cargárselo desde dentro, atribuyéndose además inquietantes mandatos populares. “Estamos aquí porque nos ha puesto la gente”, decía solemnemente el Chico de la Coleta, como si a los demás diputados (la mayoría) los hubiera puesto allí el Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado. En fin, esto es lo que hay y tampoco debe preocupar en exceso que ellas y ellos quieran pasarse la Legislatura haciendo arte y ensayo. Debería preocupar más que el máximo responsable del PSOE, Pedro Sánchez, esté dispuesto a lo que sea con tal de que esta gente traslade el espectáculo de su bancada a la fila azul del Congreso. El más difícil todavía.
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