Trabajar cada día con eficiencia y esfuerzo no llama demasiado la atención, o, al menos, es observado con cierto aburrimiento. Lo que concita el interés, lo que asombra y, sobre todo, lo que nos seduce a los medios de comunicación es lo insólito, el subconsciente de encontrar al hombre que muerde al perro.
Y, poco a poco, desde todos lo medios, vamos fomentando la sociedad del gesto. El gesto es una bengala que brilla y se apaga, y, mientras luce, multiplicamos su efecto mucho tiempo después de apagarse, gracias a las fotos, a las grabaciones, a los comentarios.
El bebé que una diputada se llevó al Congreso ha concitado más interés que los nuevos avances sobre el descubrimiento del cáncer de páncreas, que podrán salvar muchas vidas. Incluso, en las votaciones, tuvo votos para presidir el Congreso, de la misma manera que en las asambleas de Facultad, hace años, en las votaciones a delegado de curso, salía con más votos que nadie, Sofía Loren. Abandonamos el esfuerzo constante de cada día, por monótono, nos entregamos al gesto para obtener reconocimiento social y, a partir de ahí, la frivolización de cualquier tipo de actividad es inmediata.
Hubo un tiempo en que los hombres públicos temían pasar al recuerdo por una anécdota. Y sucedía. Bill Clinton, que dejó la economía de Estados Unidos en la mejor situación de su historia, que equilibró el presupuesto y consolidó su liderazgo mundial, pasó a la Historia como el presidente de la felación de la becaria.
En cambio, creo que, ahora mismo, en España, a lo que aspiran los personajes públicos es a la anécdota, y fomentan y buscan casi con desesperación los gestos que les hagan salir de la costumbre monótona del trabajo diario.
Y se trabaja y se emplea tanto tiempo en hallar gestos que puedan sorprender, que dudo que esas personas puedan laborar en algo de provecho.El mérito consiste en encontrar el gesto que asombre, en esta sociedad de gestos.
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