A pesar de la crisis económica, las guerras y las sucesivas negruras de este mundo, la lira poética y artística de esta provincia no cesa de cantar. Casi todos los días veo anuncios de libros nuevos, conciertos de música, festivales, conferencias , sesiones de teatro, exposiciones de pintura, y cine, mucho cine. Lástima que mi alejamiento de la capital me impida estar al loro pero es un hecho cierto que el rayo de la creatividad no cesa.
Yo también escribí alguna vez libros de versos, ejercí como crítico de arte, tenté la suerte con algún que otro concierto de piano para amigos, asesoré desde la Diputación a bastantes publicaciones dignas de memoria y participé en no pocos proyectos culturales, como por ejemplo, tratar de entender mínimamente el fenómeno indaliano, vivir el boom del cine y luchar por la democracia. Sin embargo llegó un día en que todo esto me parecía presuntuoso y vano. Fue con motivo de la guerra de Irak. Entre mentiras y miedos sobre las armas de destrucción masiva, nuestro Aznar, Napoleón castellano, nos metió de hoz y coz en el corazón de la catástrofe. Para colmo sentí luego en carne viva las consecuencias del 11-M. Nunca había visto yo mentir a un Gobierno del PP de ese modo. Así que comencé a replantearme mi ética como periodista. ¿ Debía seguir dedicado a la estética escribiendo notas para que un pobre poeta fuera más conocido o para que un pintor sin nombre vendiera algún cuadrito? ¿ Debía convertirme en inquisidor de lo bueno y de lo malo sin relación con lo que estaba ocurriendo en el mundo? ¡Quita hombre! Ya sé que esta clase de periodismo estético y descomprometido da tranquilidad y aleja las preocupaciones, pero yo no podía vivir de palmaditas y de sonrisas publicitarias.Así que me corté la coleta como crítico literario metiéndome de lleno en el conflicto social. Ahora me interesaba más el sueldo mínimo de la gente que la historia universal del arte. Es claro que los artistas tienen mucho que decir para el progreso del mundo, pero los críticos útiles están mejor en otra parte. Unamuno castigaba a los muy relamidos censores con aquello de “os va a matar la estética”. Y hay épocas como la que vivimos en que ya no se puede hacer arte sin tener en cuenta el campo de concentración.
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