El show no debe continuar

Gran parte de la sesión de constitución del Parlamento estuvo marcada por la actuación bien ensayada de los diputados que aspiran a aportar aire fresco a la nueva p

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 17 ene. 2016

Desde aquellas legislaturas de la prehistoria democrática que culminaron en el 82, nunca había vuelto a seguir una sesión de constitución del Parlamento. La ausencia de incertidumbre y un relato protocolario reiteradamente aburrido me habían alejado de uno los actos más importantes de la democracia que, no otra cosa, es la llegada al salón de plenos de los representantes de la soberanía popular.
La indiferencia se rompió el martes. Canal Sur TV me invitó a comentar las sesiones constitutivas del Congreso y del Senado y durante cinco horas (una experiencia profesional extraordinaria, por otra parte), cinco periodistas de toda Andalucía analizamos, minuto a minuto y en directo, lo que iba sucediendo en las dos cámaras a través de las declaraciones de los líderes políticos, sus gestos y entrevistando a algunos de los protagonistas.
Fue casi al final cuando Carlos Maria Ruiz, presentador de ese “Buenos días” especial, pidió una lectura apresurada de lo que había sucedido. Podría achacarlo al escepticismo que propicia haber visto cruzar a tantos políticos el puente que une la orilla del envanecimiento de la llegada con la de la melancolía del adiós o, tal vez, mi indisimulada pasión por el desencanto que siempre guarda un bolero, pero a lo inesperado de la pregunta no encontré mejor respuesta que aquellos versos que, tan bien dice La Lupe cuando canta que lo suyo “es teatro, puro teatro/falsedad bien ensayada/ estudiado simulacro”. El relato mediático de la semana confirma que no andaba muy descaminado cuando recordé la voz aguardentosa de cantante mejicana consagrada por Almodóvar en la banda sonora de “Mujeres al borde un ataque de nervios” 
Y es que en un momento político en el que muchos españoles se sienten cercanos al precipicio de ese ataque de nervios al que es preciso sosegar y hacer frente con la terapia del sentido común y la responsabilidad- algo que alcanzó Ciudadanos con su papel de esquina que une a las calles del PP y PSOE, inicialmente irreconciliables-,  gran parte del acto estuvo marcado por la actuación bien ensayada de los diputados que aspiran a aportar el aire fresco de la nueva política y que, al cabo, no es más que el mismo argumento travestido en una versión moderna y transgresora (y también algo cutre) del peor marketing de la vieja política.
La imagen del bebé de Carolina Bescansa se antojaba una falsa moneda que de mano en mano iba y ninguno se la quedaba porque todos querían facilitar el fotograma más intencionadamente tierno. El populismo de guardia y el falso feminismo de urgencias (¿se han dado cuenta que en la garita de Podemos siempre hay un retén presto a la intervención inmediata? Da igual si es por tierra- en las puertas del Congreso; por mar – en las lágrimas saladas del profeta Isaias, perdón, Iglesias -; o por aire- en las trincheras de las redes sociales, el caso es defender la posición), la imagen del niño de mano en mano fue defendida con la misma vehemencia por los mismos que hubieran calificado de payaso a una diputada del PP o del PSOE que se hubiera atrevido a convertir a su bebé en una atracción circense. 
Llevar a un bebé al lugar de trabajo no es una propuesta para visualizar la necesidad de la conciliación laboral, todo lo contrario; la conciliación es que la madre o el padre esté más horas en la casa con el niño, no que el niño esté más horas en el puesto de trabajo de la madre o el padre. Como defendió con tino Antonia S. Villanueva, subdirectora de La Voz, en la reunión de redacción del día siguiente a ver qué madre que trabaja en los almacenes agrícolas se lleva a su hijo y lo tiene en brazos mientras selecciona tomates en un lineal de empaquetado.
Pero si la presencia abrumadora del bebé (¿Por qué lo tuvo durante horas en el escaño y no lo dejó después de diez minutos de reivindicación simbólica -y fotogramas-  en la guardería del congreso, donde hay menos ruido y mayor comodidad ¿), pero si la presencia del niño, decía, fue una teatralización bien ensayada, no lo fue menos la formula diseñada para la Promesa previa a la toma de posesión de la distinción de Diputado. Las proclamas de que, por fin, había llegado “gente” para estar al servicio a “la gente” y a “los pueblos de España” -que algunos tuvieron que leer; ya saben, a veces es difícil recordar dos docenas de palabras-, alcanzó los límites del delirio más conmovedor. Ahora sí está “la gente” y “los pueblos de España” representados en el Parlamento. 
Durante los últimos treinta y nueve años, quienes han ocupado sus escaños han sido tipos venidos de marte elegidos por otros tipos también llegados de otra galaxia. La conquista de las libertades democráticas, el silencio del ruido de sables, la entrada en la Unión Europea, las decenas de miles de kilómetros de autovías o vías de alta velocidad; la construcción de centenares de hospitales- en Almería cuatro en ese tiempo; y faltan más-; la universalización de la educación, la sanidad y los derechos sociales; las decenas de universidades y los miles y miles de institutos y colegios construidos y dotados ; que los españoles se puedan divorciar o amar con libertad y sin distinción de orientación sexual,  en fin, tantas cosas como se han hecho y tantas como quedan por hacer, ¿quién y por quién y para quien se han hecho o se han dejado de hacer? ¿por y para extraterrestres o gente para la gente? 
Decía Azaña que, En España, el respeto es revolucionario. El martes nuestros revolucionarios, con su premeditada puesta en escena no tuvieron respeto a su inteligencia. Y, lo que es peor, ni a la inteligencia de los demás. 
Podemos es un partido que representa a millones de ciudadanos y sería magnífico- para quienes les votaron y para los que no- que comprendan pronto que el Parlamento no es un plató; solo así evitarán convertir en más protagonista a un bebe de seis meses y a unas frases mal escritas y peor hilvanadas que a un presunto delincuente. La luminosidad de los focos que atrajo el pequeño Diego oscureció hasta el olvido el rostro sin vergüenza del comisionista Pedro Gómez de la Serna.
El espectáculo para el teatro. La nueva política debe ser más seria. El show, esta vez sí, no debe continuar.







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