Incluso personas avisadas sobre los laberintos políticos comienzan a sentirse sorprendidos de esta fiesta de fin de curso (de elecciones) con ese intercambio de disfraces tan apropiado para el mes de febrero que se acerca, el mes de los carnavales.
Los revolucionarios se ponen el traje de socialdemócratas, los socialdemócratas se ponen el escote bolchevique, los nacionalistas se tocan con el sombrero de la prudencia, y los conservadores están cada día más convencidos de que mejor no participar en el desfile, por las escasas posibilidades.
Hace muy poco, en los preparativos de la fiesta, estaban todos preocupados, obsesionados, atosigados por el paro, pero ha llegado el resultado de la Encuesta de Población Activa, con unos resultados positivos en cuanto a creación de empleo y disminución del paro y, a estas horas, no sabemos si el dato les ha alegrado por los cientos de miles de personas que han encontrado trabajo durante 2015, o están cabreados porque les sabe a poco, o no quieren decir nada, no sea que se achaque al mérito del gobierno en funciones, en funciones de tarde y noche hasta que llegue el relevo, que se hace esperar.
En Italia estas circunstancias no son raras, y llegaron a estar casi un año sin gobierno, lo cual a los políticos profesionales les debería asustar, porque si el país puede funcionar sin Gobierno ¿para qué queremos un Gobierno? Pero de toda esta lección de altura intelectual, donde la ideología se resume en a cuánto me van a subvencionar cada diputado, y a ver si me los colocan en un sitio que luzcan, hay una triunfadora que cada día amplía su influencia, que crece de manera evidente, y que demuestra que matar a la afición tiene el riesgo de quedarse sin público.
La gran triunfadora, y lo podremos comprobar en las próximas elecciones, va a ser doña Abstención.
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