París-Austerlitz

Kayros
01:00 • 05 feb. 2016

La tarde está fría y dentro  de casa el ambiente televisivo anda tan cargado de tensiones, que unas veces por el afán de la investidura y otras veces  por el deseo de retrasarla , me apetece refugiarme en la lectura. Rafael Chirbes tenía con nosotros una deuda y era conocer “París- Austerlitz”, unos de esos escritos que se toman, se abandonan, y al final, si hay suerte, aparecen publicados. 
El 15 de mayo del año pasado, unos meses antes del fallecimiento de su autor, pudimos ver ,por fin; su última novela en las librerías. Quienes habíamos leído  “Crematorio” y “En la orilla” estábamos como hambrientos de la literatura realista.Vean este aperitivo: “La tarde en que me acerqué a verlo al Hospital  Saint Louis parecía que cicatriza la herida  que habían dejado nuestros desencuentros  y que incluso quedaba en suspenso la enfermedad”. 
El mal en cuestión podría ser el cáncer o el sida. Quien ejerce de narrador es un pintor madrileño, de ideología izquierdista , en un París atiborrado de marroquíes, turistas e inmigrantes. El nombre de la estación  lo conocen bien los españoles  que vivieron los años del exilio. El pintor conoce a Michel, de tendencia homosexual. La pareja pasa las tardes visitando salas de arte de la capital francesa, dibujando paisajes de la  gran ciudad y visitando clubes nocturnos.
 Pasa el invierno  parisiense y los jóvenes se dedican a la amistad y al amor. Pero los  día no pasan en vano, poco a poco la enfermedad  culmina su obra de demolición . Durante esos meses, Michel conoce a un compañero de trabajo. Los críticos suelen decir que  aquí Rafael Chirbes se propone indagar en las razones del corazón, pero “enfrentándose con valentía a la constatación de que, aunque nos pese, el amor no lo vence todo”. Por otro lado la madre del pintor lleva a cabvo su viaje anual a París, y no tanto por visitar los grandes almacenes y hacer las compras de Primavera- Otoño, sino para enterar se bien dónde y con quién vive su hijo. 
Las buhardillas y los gallineros  de los tejados  hacen sospechar pobrez: la d espedida  en la estación es bien significativa: “Tengo que irme, repetí varias veces con una voz suave que pretendía excusar la brusquedad del gesto: volveré y encontraremos el modo de que te vengas conmigo a España” 







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