Francisco Alcaraz cumple hoy 90 años. El último de los pintores indalianos, sin duda el más lírico y apasionado de todo el grupo, vive desde hace algún tiempo en un pueblecito de la sierra madrileña, Garganta de los montes, cuyo nombre produce escalofríos. Y es que el invierno comienza allí muy pronto, cuando apenas ha llegado septiembre, y se hace largo, muy largo y cansino. Alcaraz sueña durante ese invierno perpetuo con el sol de Almería, a veces, ingrata y olvidadiza con sus artistas. Retirado del mundo, él que ha sido viajero y cosmopolita, primero en el Madrid de posguerra, después en aquel París de los años 50, donde conoce a Picasso, a Joaquín Peinado, con el que mantiene una gran amistad, a Pedro Flores, y a muchos de los pintores de la Escuela española de París. Su presencia en las Bienales Hispanoamericanas de Arte, La Habana, 1953, y Barcelona, 1955, como integrante de ese grupo, confirma la trayectoria de un artista que siente la pintura con el candor y la ingenuidad de quien nunca ha querido envejecer. En esa época, su obra es muy afrancesada y sin embargo guarda muy vivo el recuerdo de Almería.
Pero Alcazaz tuvo que vivir de algo más que de su pintura y, por eso, se dedica a tallar y a restaurar. Aprende esos oficios en el taller de su admirado Perceval, entre gubias de expertos artistas granadinos y, en Madrid, junto al maestro José María Torres García, a quien el mismísimo Marqués de Lozoya, entonces Director General de Bellas Artes, le consultaba la autenticidad de algunas piezas.
Como recuerda Vallejo Nájera, fue Alcaraz el artífice de que en París se pusieran de moda los marcos de estilo barroco español. Una historia que también tiene su aureola de leyenda como la del encuentro con André Malraux en la galería parisina donde estaba exponiendo Alcaraz, y las cariñosas palabras que el escritor francés, entonces ministro de cultura, tiene con el almeriense al recordar su visita a Almería, en plena guerra civil, después de que unos cazas italianos derribaran dos aviones de aquella legendaria escuadra Malraux, cuando defendían a miles de malagueños, en su huida por la carretera de la costa, perseguidos por las tropas del general Queipo de Llano.
En 1963, Alcaraz regresa a España e inicia una nueva etapa. Su pintura experimenta un cambio, la pincelada es ahora más suelta y libre, como si lo verdaderamente importante fuera sólo esbozar con el gesto y la impronta del color, sin apenas materia. El artista expone en la madrileña Galería Macarrón, con texto de presentación de Enrique Azcoaga, uno de los críticos importantes de la época. De 1963 a 1967, Alcaraz trabaja en el Casón del Buen Retiro y en los inicios del Instituto Central de Restauración, pero sigue pintando y exponiendo. Una Chanca, muy duffyniana es la imagen del cartel de su siguiente exposición, la que presenta en la Galería Quixote, y es que Almería permanece nítida en su memoria. Después será la Exposición Indaliana en el Círculo de Bellas Artes, que conmemora el veinte aniversario, 1947-1967, del grupo, y más tarde en la Sala Goya, también en el Círculo, El marco en el arte, cuadros de grandes pintores con marcos expresamente tallados por él. En esos años el artista se prodiga en Santander, en los cursos de verano, donde imparte varias conferencias sobre técnicas de restauración, y participa en la creación de la Escuela de Restauración del Monasterio de Regina Coeli.
Son años de vida intensa en un Madrid que resurge del letargo de una larga posguerra. Vuelve a exponer, primero en la Galería Insa, más tarde en Richelieu, con críticas del almeriense Antonio Manuel Campoy, otro personaje muy olvidado, y Manuel Vicent, que titula su artículo Francisco Alcaraz, la pintura como poética. Esa misma poética es la que comparte con Peralta en una originalísima exposición de marionetas y lienzos, de nuevo en el Circulo de Bellas Artes.
Muy cerca del Café Gijón, su casa-taller-estudio de la calle Prim es refugio de artistas. Por allí pasan escritores y poetas - por citar sólo a uno, recuerdo a Carlos Oroza que hace sólo unos meses nos dejó- con los que Alcaraz siempre se ha sentido cómplice, como él dice por tantas afinidades. Pero el refugio de Alcaraz ha sido Saldaña de Ayllón, un lugar bucólico en la sierra segoviana donde pinta paisajes, con un ojo puesto en las tierras de Castilla y el otro en las del Sur. Hasta allí fuimos con sus amigos Capuleto y Lucía Jaramillo, a comer un asado cuando preparábamos con Gádor Sánchez Barazas y Juan Manuel Bonet la exposición Los Indalianos, una aventura almeriense, 1947-1951.
Siguen las exposiciones individuales: Madrid, Gijón, París, Oviedo, etc. En 1975, en la madrileña Galería Forma 2, Alcaraz homenajea a Goya con una reinterpretación interesantísima de sus Caprichos. Después restaura en la Catedral de Almería una Inmaculada de Murillo y dos tablas, un Ecce Homo y una Anunciación atribuidas a Machuca, y desde Almería inicia un largo recorrido que lo lleva, durante dos años, por Estados Unidos (Dallas, Texas), México y Brasil. A su regreso a España, en 1978, expone en nuestra ciudad en la Sala de la Caja de Ahorros y restaura varias obras del patrimonio artístico almeriense.
Y de Almería a Madrid, en esos viajes de ida y vuelta, y a sus tertulias en el Café Gijón, de las que ha sido protagonista, un tertuliano a la vieja usanza, porque a Alcaraz siempre le gustó la gente y la conversación, y también la escritura como testimonio de lo vivido. No he citado las numerosas exposiciones colectivas en las que ha participado porque sería una lista interminable. Sí mencionaré sus individuales que periódicamente la Galería Argar presenta en la ciudad, en los años 80 y 90, la última en mayo de 2000, y las de Madrid en la Galería Orfila.
Cuando Gádor Sánchez Barazas y quien esto escribe organizamos, en 2014, la retrospectiva Francisco Alcaraz, la vida de un pintor, para la Diputación de Almería - gracias a María Vázquez, entonces Diputada del Área de Cultura, que avaló nuestro proyecto- un joven artista octogenario se paseaba por esta ciudad, con una vitalidad impropia de alguien de su edad, recordando aquellos años indalianos junto a Perceval, Cantón, Capuleto, Cañadas y López Díaz. El Instituto de Estudios Almerienses editó entonces el catálogo de la exposición, catálogo que lamentablemente nunca fue “presentado en sociedad”. La muestra viajó posteriormente a Roquetas de Mar y al Museo de Adra. La acogida que le dieron al maestro en el Museo de Adra, los responsables del Ayuntamiento y Javier Sánchez Real, su director, junto al éxito de la exposición fue uno de esos momentos inolvidables que justifican una vida dedicada al arte. La trayectoria artística de Alcaraz ha trascendido las fronteras almerienses. Su pintura responde así a múltiples influencias y muestra una temática diversa: París, sus calles y sus plazas, las Chancas y la playa de Almería, las gentes del circo y la bohemia, sus retratos, sus gatos y sus flores, los paisajes de Sierra de Riaza y Saldaña, etc. Toda su obra está transida de un lirismo evocador, de una mirada que va más allá de la realidad para penetrar en la esencia de las cosas, en esa verdad que el pintor ha buscado siempre.
Francisco Alcaraz es un artista de la diáspora como lo fueron Ginés Parra o Federico Castellón, gentes audaces que buscaron más allá de su tierra hacer realidad el sueño de ser artista. Hoy, es de justicia felicitar a Francisco Alcaraz por su 90 cumpleaños, en Madrid sus amigos del Café Gijón harán lo propio. Va por usted, maestro.
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