He hablado siempre con el vocabulario y el acento de Almería capital, pues hablas almerienses hay tantas como pueblos.
Sólo, de niño, en la hermosísima Berja, tuve la sensación de que, quizá, hablaba raro. Me debió pasar como al Coronel Aureliano Buendía la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Mi hielo fue un magnetofón: la tarde ya remotísima –hablo de los primeros años cincuenta- en que un señor mayor, con gafas, traje oscuro y un extraño y gran aparato en la mano, llegó al despacho de mi padre.
No es de extrañar, pues, que recuerde yo la tarde en que el Académico don Manuel Alvar, que -luego lo supe- estaba escribiendo su monumental Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, se entrevistó con mi padre y, al final, le dio media vuelta a una palanca de aquél extraño aparato y me hizo oír lo que, apenas un instante antes, había dicho yo. ¡Magia: mi hielo!
Pero hay quien se empeña en que hablemos en andalú. Y, ¡claro!, si cada pueblo habla distinto, pensar que existe el andaluz me parece…
Tan es así que se llegó al esperpento tragicómico de que una –palmada: normal- formación política, en el debate sobre la conveniencia de definirse como nacionalista, apoyase ese nacionalismo en cuestiones tan pintorescas como el hecho de que “los gibraltareños se expresan según la norma idiomática andaluza, propia del campo de Gibraltar, y hacen suyo también el gazpacho.” Y, además, en que existe una lengua andaluza, pues “suena mal, muy mal, a los oídos de los andaluces la expresión “la noche del pescadito” (se utiliza ampliamente en las ferias y festejos) por boca de un castellano hablante, procedente del norte de Despeñaperros. Desde el punto de vista de la norma andaluza “pescadito” es un barbarismo, por ser una expresión inadecuada. Para los andaluces la expresión correcta es pescaíto y, como tal, debe ser escrito sin comillas.”
Tomaré como vocero a Antonio Gala, cuya auctoritas nadie discute: “No estoy seguro de que exista algo a lo que pueda llamarse “lo andaluz”, que sustente la variedad tan extremada de las Andalucías: desde su forma de pronunciación hasta sus formas de lidiar la vida”.
O sea, que en Almería hablamos español almeriense; en Cádiz, español gaditano; en Córdoba, español cordobés; en Granada, español granadino; en Huelva, español onubense; en Jaén, español jiennense; en Málaga, español malagueño; y en Sevilla, español sevillano. ¡Y resulta que era así de simple: cada uno en su casa y Dios –el español- en la de todos!
Se han escrito cientos de sesudos trabajos, al respecto. Y otros, más divertidos que sesudos.
El primero de éstos fue un librito –“Aprenda almeriense en tres días”- de don José Muñoz Díes, que edité en 1978, apenas tomada posesión de la presidencia del muy joven Ateneo. Resumía: “el almeriense no es tan cerrado como digamos el malagueño o el sevillano, ni tan suave como el murciano: se ha quedado en medio.”
Pese a su modestia, el librito despertó la fiebre de los Diccionarios: Francisco Rueda Cassinello publicó un “Diccionario Almeriense”; Pedro Pardo Berbel y otros cinco Profesores de Institutos de la zona, “Lengua y habla de nuestra comarca (Cuenca del Almanzora)”; José Antonio García Ramos, “Vocabulario dialectal y etnográfico”; Antonio Escobedo “Vocabulario almeriense”. Y, también, obras monográficas, dedicadas al léxico de determinadas profesiones: “El mundo de los canteros y el léxico del mármol”, de Martín García Ramos, y un glosario en “Macael, historias cercanas”, de Antonio Molina Franco, así como una memoria de Licenciatura, que no me consta que haya sido publicada: “El léxico de los cítricos en la provincia de Almería”, de Ginés Bonillo Martínez. Y, en internet, se encuentran hoy diversos “Diccionarios almerienses” o de almeriense.
Al almeriense lo define, esencialmente, la entonación. Juan Goytisolo dice: “una de las causas de mi enamoramiento de esta provincia es el acento…”
¿Es un argot, un habla el almeriense: qué eh lo que eh? ¡Qué más da! Es la manera de hablar de los almerienses. ¿No basta con eso?
Y con palabras indefinibles, como la más almeriense, cipote y, no digamos, cipote a la vela, por lo que, vista la dificultad, prefiero un ejemplo: un célebre abogado almeriense, de los años sesenta, conocido como “Cantinflas”, acabó así su informe en un juicio ante la Audiencia: “Señores de la Sala, acabo ya: mi defendido no es que sea malo, es que es cipote”. Creo que queda claro.
Cúcha, no seas cipote, lector, bajapabajo o subeparriba, pero venacapacá, un diíca, follaíco vivo, totieso por la cera, no seas engurruñío –yo invito- y nos tomamos un americano anca el Amalia, un poquillo maspallailla de la Puerta de Purchena.
Hasta la tierra se harta ¡Hasta la Pacha Mama y el Mare Nostrum están hartos del escachifurcio político que vivimos desde vísperas de Navidad. Tanto que, en una semana, se han terremotado dos veces, siempre hacia las cinco: de la madrugada o de la muy taurina de la tarde.
¡Que acaben ya, que se esfuercen todos! España no se merece lo que está pasando. ¡El mar y la tierra se estremecen! Y deberíamos percibir lo símbólico de sus mensajes de hartazgo. ¡Si hasta el Papa ha recibido al Presiente de Irán y dialogado con él! ¡Coño!
El informe Cassinello El 15-6-77, día de las primeras elecciones democráticas, el General Andrés Cassinello, Jefe del Servicio Central de Documentación (actual CNI) escribió en el “Boletín de Situación”: “Existe la conciencia clara de haberse consumado una etapa… Hemos asistido a una moderación formal de las actitudes… Las contradicciones entre la militancia radical y la clientela electoral moderada se han decantado a favor de la segunda, porque pesa más el futuro que el pasado…”
1977, digo. España, ¿está mejor, igual, peor?
Color de primavera Noto siempre, hacia Semana Santa, que a los días -como dice Serrat de la razón en abril- se les indisciplina el color y dan luz de primavera.
Este año, ha sido antes: lo percibí el martes, en la terraza de la cervecería “La Estrella”, en la Plaza del Carmen, donde plácidamente tomaba el sol doña Kika, la matriarca, siempre elegante y sonriente, madre del máquina Ubaldo, que pone púo de huevos de codorniz a mi nieto, Faustillo, cada vez que viene.
¡Qué hermoso es ver respirar a Almería por su luz en primavera!
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