Seamos sinceros: cada vez son más los españoles que no les soportan y están hartos de lo que representan. Hasta hace unos años, sus adeptos proclamaban su condición con orgullo porque estaban convencidos de que su opción era la mejor entre todas. Sin embargo, la deriva en la que se han venido enredando sus esferas dirigentes y algunos de sus más altaneros protagonistas, ha hecho que se reduzca considerablemente el número de sus fieles y que, los que aún quedan -que aún son muchos- prefieran no alardear de su militancia, para evitar el descrédito, las miradas de soslayo o incluso algún que otro enfrentamiento incómodo. Y es normal que pase eso, después de haber visto a alguno de sus más desdtacados miembros en la puerta de los juzgados, en las portadas de los periódicos o, directamente, en el banquillo de los acusados respondiendo sobre actuaciones presuntamente delictivas que a todos nos han llenado de bochorno. En esas circunstancias, es comprensible que una buena parte de la opinión pública española contemple sin desagrado algún tipo de acuerdo que, aunque sea infrecuente y nunca se haya producido antes, no sería sino una respuesta clara al anhelo de millones de ciudadanos españoles hartos de tan lamentable espectáculo.
Por lo tanto, cada vez son más los que piensan que, con independencia de los resultados, de sus victorias y de sus triunfos, la sociedad española quiere otra cosa: un cambio. Está claro que son más los que están en contra de su prevalencia que los que quieren que se mantenga a toda costa. Por lo tanto debe imperar la democracia, debe escucharse la voz del pueblo y debe procesarse el creciente rumor del rechazo como un mandato popular que ponga las cosas en su sitio y devuelva la sonrisa a la gente. Por eso, y como vengo diciendo, creo que si el resto de clubes de fútbol de la Liga BBVA se unen y suman esfuerzos en una convergencia de voluntades populares, aunque quede primero, este año no gana la Liga el Barcelona C.F.
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