A plena luz del día, en el estacionamiento de una calle cualquier de una ciudad cualquiera acecha la sorpresa que menos te puedes esperar. No hace muchas semanas, tras aparcar mi vehículo durante ese hueco adormecido y casi silente de la sobremesa cotidiana, me apresuré a proveerme del correspondiente tique de la ordenación reguladora de la hora para evitar que los sabuesos recaudadores de nuestras administraciones se lleven por el morro más de lo que legalmente está estipulado.El día era soleado y el cielo no hacía sospechar la posibilidad de que la meteorología nos regalara precipitación alguna.
Tras el pago del estipendio correspondiente me dirigí raudo a abrir la puerta del coche para depositar en el salpicadero el recibito de marras con el importe y demás detalles impresos por esos horribles artefactos que entorpecen el tránsito peatonal por nuestras aceras. Tras la luna delantera observé atónito como un fino, continuo y amarillento chorrito de ignorado liquido chapoteaba alegremente sobre el capó del motor. ¡Por fin llueve!, pensé. Terrible desengaño. Alcé la mirada hacia arriba y descubrí a un ingenuo niño asiático, que no debía contar con más de cuatro añitos, quien tal vez en un incontenible aprieto no tuvo más opción que abrir la puertezuela del cierre acristalado de la terraza que ocupaba y aliviar alegremente su vejiga. Tras esbozar una sarcástica sonrisa, pensé en llamarle la atención, pero no hubo lugar. Inmediatamente echó el cierre al cristal y desapareció.
La verdad es que la anécdota me causó cierta gracia, hasta que un vecino del pequeño me contó que el niño quedaba solo en su vivienda todas las mañanas porque sus padres, chinos, tenían que acudir a trabajar a un almacén y no tenían a quien encomendar el cuidado de su vástago. Reflexioné entonces en la cantidad de niños que viven solos sin que nadie se aperciba del hecho. Me pregunté por la ausencia indagatoria de las administraciones por estas situaciones que, en muchos casos son involuntarias pese a que los progenitores no quieran. Recordé como nunca a Serrat: “Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,nuestros rencores y nuestro porvenir. Por eso nos parece que son de goma y que les bastan nuestros cuentos para dormir”. Son niños de goma
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