A finales del año pasado fue inaugurado el Complex Horticole Agadir, promovido por la joven empresa agrotecnológica holandesa HortiTech con todo el apoyo de las autoridades marroquíes. Una de las funciones de este centro es realizar demostraciones para que los productores del país conozcan nuevas tecnologías. Los responsables de esta firma están convencidos de que existe una apreciable vocación de evolución tecnológica en el sector hortofrutícola intensivo de Marruecos. En un amplio artículo publicado en la revista especializada Primeur, la directora de APEFEL (Asociación Marroquí de Productores y Exportadores de Frutas y Hortalizas), Laraisse Esserghini, subraya aún más esta tendencia, apuntando hacia el futuro.
En su opinión, "la mayoría de los productores marroquíes explotan actualmente invernaderos de tipo canario. Tenemos previsto sustituirlos por invernaderos climatizados. Mejorar el alcance global de los productores marroquíes solo será posible mejorando las estructuras de producción de forma sostenible”. En base a esta perspectiva, la propia APFEL anunció en 2022 sus objetivos de duplicar la exportación de tomate marroquí a Europa, seguramente contando con los acuerdos alcanzados con el Reino Unido tras el Brexit. Pero, sobre todo, basándose en la estrategia ‘Génération Green 2020-2030’. Además, uno de los capítulos de dicha estrategia consiste en favorecer la situación de las personas que trabajan en la agricultura y en la generación de algo parecido a una clase media agrícola.
Como es sabido, la apreciable ventaja comparativa del tomate marroquí frente al español o al neerlandés se basa en los costes de la mano de obra y del acceso al uso de la tierra. Dos variables que no cabe esperar que se modifiquen ni a corto ni a medio plazo. Antes bien, van a seguir siendo factores clave para impulsar grandes avances en los volúmenes de producción orientados a los mercados de destino europeos. Cabe pensar que a estos dos factores se van a sumar, cada vez con mayor intensidad, las consecuencias de una mayor productividad por metro cuadrado y una mayor eficiencia.
Las organizaciones agrarias y sectoriales españolas vienen reclamando desde hace tiempo la aplicación de normas espejo para ser aplicadas a las importaciones hortofrutícolas, con una especial atención a las que proceden de Marruecos. En este sentido, destaca la preocupación del sector en el caso del tomate. De forma explícita, así lo ha planteado hace pocos días el plenario del Comité Mixto de Frutas y Hortalizas, en el que participan España, Francia, Italia y Portugal.
Hay una pregunta que no suele figurar en las reflexiones sobre las consecuencias del crecimiento imparable de las importaciones marroquíes de tomate: ¿alguien cree realmente que la aplicación de estas cláusulas espejo puede deparar un efecto tangible sobre la competitividad del tomate español y almeriense en los mercados europeos frente al marroquí? ¿Alguien puede imaginar que el sector hortofrutícola del país magrebí no está en condiciones de cumplir formalmente dichas cláusulas?
Parece más razonable orientar las estrategias hacia otro enfoque. Por ejemplo, la incorporación de tecnología: digitalización, sistemas de gestión de clima, robotización, etc. Invocar un proteccionismo basado en barreras no arancelarias tiene alguna utilidad cuando dichas barreras son insalvables, pero todo parece indicar que no es el caso.
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