La calle Padre Luque estaba marcada por la presencia de los Padres Jesuitas, que allí tenían su centro de operaciones. Allí estaba la escuela graduada de la Sagrada Familia antes de que se la llevaran a la Avenida de Santa Isabel, y allí tenían la capilla del Santísimo, un oratorio que abrieron al público en 1974 enfrente de la fachada lateral del edificio de Correos, para que los creyentes que pasaran por la calle pudieran detenerse a encontrarse con Dios durante unos minutos. Era una capilla de paso, para transeúntes con poco tiempo para afrontar una misa. Ocupaba el edificio propiedad de la Iglesia donde los curas solían celebrar exposiciones de labores que organizaba la comunidad cristiana de viudas. Desde su puesta en marcha la calle tuvo dos capillas. Además de la oficial que era la de los frailes, el lugar contaba con otra que estaba en el bar Las Vegas, en la esquina de enfrente, que fue un templo para aquella generación de jóvenes de los años setenta que convirtieron su salón en un lugar de referencia.
Si en la capilla de los Jesuitas se escuchaban los sonidos del silencio que comunicaban directamente con el Altísimo, en la capilla del bar Las Vegas se escuchaban las canciones de moda que por un duro se podían disfrutar en la máquina de discos del establecimiento. Allí llegaban las novedades que se escuchaban en los programas de radio, lo mejor del mercado, lo que la juventud quería bailar.
Las Vegas era un lugar de encuentro en un tiempo donde todavía no habían aparecido los pubes y las caminatas por el Parque y el Paseo empezaban a quedarse antiguas. La gente se citaba allí para pasar la tarde, aprovechando que era un rincón de confianza con un ambiente familiar y campechano. Los grupos de amigos se reunían al salir del instituto, juntaban cinco duros y se pedían un litro y ocho tapas, y así, entre cerveza, canciones y tabaco, hacían sus pequeñas revoluciones de andar por casa, tan frecuentes en aquellos años del Franquismo tardío.
Era la época de las trencas, los pantalones de campana, los polos Fred Perry, los vaqueros Lois, y también el tiempo de los besos en público. Hasta los años setenta las parejas sólo se besaban en la oscuridad de un cine o en la intimidad aparente del Parque, hasta que con los primeros aires de libertad pudieron conquistar territorios que parecían imposibles como los reservados de un bar.
La calle Padre Luque era una de las principales del centro en aquel tiempo por la presencia de los buzones permanentes del edificio central de Correos. Allí íbamos a echar las cartas por aquellas ranuras plateadas donde se depositaba la correspondencia dependiendo si fuera para el extranjero, para España o para la capital y la provincia.
En la fotografía se puede ver una joven de las que frecuentaba el bar Las Vegas subida en un Seat 124, que era uno de los coches emblemáticos de la época. Enfrente aparece el letrero de la tienda de modas ‘Monalisa’, y al fondo, el establecimiento de ropa de Mena. Al final se aprecia, en la Plaza del Educador, la tienda de calzados Salas y el mítico comercio de Radio Sol que unos años antes se había instalado en la esquina del Paseo llenando sus escaparates de tocadiscos y transistores.
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