El vapor que llevaba a los voluntarios

A comienzos de 1896 un soldado voluntario cobraba 20 pesetas con 83 céntimos al mes

Una fotografía del estudio de don Antonio Mateos.
Una fotografía del estudio de don Antonio Mateos.
Eduardo D. Vicente
14:49 • 27 abr. 2016

La guerra por la independencia de Cuba (1895-1898) hizo que miles de jóvenes almerienses fueran movilizados para luchar en el ejército colonial. Almería aportó reclutas de  reemplazo, reservistas, excedentes de cupo y también un importante contingente de voluntarios que se apuntaban atraídos por la idea de alcanzar la gloria allende de los mares. Muchos eran casi adolescentes, mozos que en su mayoría llegaban de los pueblos más escondidos de la provincia persiguiendo una oportunidad de aventura que difícilmente iban a encontrar labrando la tierra y mirando al cielo de por vida.




Había en aquellos voluntarios un denominador común que los unía: la pobreza, el desconocimiento sobre dónde iban y ese anhelo de aventura que sólo es  posible a los veinte años. Sabían que iban a la guerra, pero engañados con la esperanza de que el triunfo era cuestión de meses y que los insurrectos estaban siempre a punto de sucumbir. Tampoco les informaban de que en Cuba, además de la guerrilla del enemigo, iban a tener que batallar con otros adversarios sin rostro, pero lo mismo de  mortíferos como eran el paludismo, el vómito, la fiebre amarilla y la difteria, que mataban sin piedad cuerpo a cuerpo.




El día que partía un barco desde el puerto se podía saber qué tipo de soldados se marchaban por el ambiente que se vivía en el muelle. Cuando el vapor iba cargado de reclutas de reemplazo reinaba el miedo y las lágrimas en la despedida; si eran reservistas el drama de las familias que les decían adiós, con las mujeres y los hijos delante, dejaban en el ambiente un rastro a tragedia que duraba horas.




En cambio, cuando se marchaban los voluntarios la pena de las madres y los llantos se disipaban en medio de ese clima de euforia de los muchachos que ya se creían héroes cuando les daban el petate con dos camisas, dos calzoncillos, un par de zapatos, un par de alpargatas, una gorra de cuartel, dos trajes de rayadillo, una bolsa de aseo, dos toallas y una manta. Para motivarlos un poco más, sobre la cubierta se les iba dando en mano un sobre con cincuenta pesetas a cada uno, un anticipo del sueldo mensual que a comienzos de 1896 era de veinte pesetas con ochenta y tres céntimos.




Sirva como ejemplo de lo que se vivía en cada partida, el relato que contaba el periódico La Crónica Meridional el 23 de febrero de 1896: “En el vapor Itálica embarcaron ayer tarde para Cádiz, desde donde se dirigirán a Cuba, cuarenta y siete soldados voluntarios, en su mayoría de esta provincia. Al puerto fueron a despedirlos una comisión del ayuntamiento, con la banda de música que fue tocando el pasodoble de Cádiz en su recorrido desde el Cuartel de la Misericordia hasta el muelle. Las autoridades los obsequiaron con cigarros puros y un paquete de tabaco cuarenta céntimos. Detrás de los voluntarios iba un gentío inmenso dando vivas a España y a Almería. Uno de los voluntarios era el antiguo repartidor de periódicos Antonio Segura, quien después de despedirse de su mujer lo avisaron porque había dado a luz un niño”.




En aquellos primeros meses del conflicto definitivo, era habitual que los voluntarios destinados a Cuba pasaran varias semanas acuartelados en Almería, donde recibían la instrucción mínima para el destino donde eran enviados. No iban a hacer el servicio militar ni iban de maniobras, sino a una guerra para la que no estaban preparados, ya que la mayoría de aquellos jóvenes, cuando salían del puerto transformados en soldados, su único adiestramiento era disparar con un fusil. De vez en cuando, para levantar la moral de la población y de las futuras tropas, llegaban a Almería noticias de las hazañas de nuestro paisano el entonces coronel don don Enrique Segura Campoy: “De regreso de conducir un convoy, en el trayecto de Iguará, el coronel Segura divisó una numerosa  fuerza enemiga y optó por emboscarse. Dejó pasar la numerosa caballería que hacía la vanguardia enemiga y cuando pasaba la infantería, rompió un nutrido fuego sobre ella, trabándose un encarnizado combate. Sin la pericia y valor del coronel no hubiera quedado un solo soldado de su columna. Segura fue replegando su fuerza hacia Iguara, llegando a este punto con muchas bajas, pero lleno de gloria al combatir con su columna contra las fuerzas reunidas de Maceo, Máximo Gómez y otros cabecillas”, contaba la prensa el cinco de enero de 1896.






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