Cuando Angela Cuenca hablaba se hacía el silencio, como en las estrofas del Comandante de Carlos Puebla. Daba igual que fuese una reunión de amas de casa, un curso de gimnasia sueca tan en boga o un panegírico al último gobernador, Gias Jové. Cuando ella agarraba el micrófono a capela, y arqueaba sus ojos verdes, los murmullos de cualquier auditorio cesaban, como cuando la sirena de una ambulancia hace que se pare el tráfico.
Ocurrió, por ejemplo, una tarde en la mitificada tertulia indaliana, en 1975, cuando el valeroso Perceval programó un debate de esos que estaban tan de moda sobre el papel de la mujer almeriense y la conquista de la igualdad.
Allí en el estrado estaban también María Cassinello, Josefa Domínguez, Beatriz Imizcoz, Rosa Granados, Vicenta Cuesta, Josefa Belloch y una sala repleta de hombres y mujeres que no cesaban de cuchichear, de polemizar en guirigay sobre la ‘nueva mujer en la nueva democracia’.
Hasta que Angela se puso en pie y mandó parar y empezó a hilar palabras con su voz aguardentosa y ya nadie se atrevió a hacer más algarabía. Asi quedó recogido en el acta de la reunión firmada por Bartolomé Marín.
Llevaba hablando en público desde los 19 años, desde que la hicieron regidora de la Sección Femenina con sus tirabuzones cayéndole sobre la frente bajo la boina roja. Nadie se atrevía a cuestionar su carisma. Hubo un tiempo, una década volcánica, la de los 70, en la que la mujer almeriense era Angelita Cuenca.
Aparecía todos los días en la prensa, desde su papel como delegada provincial de la Sección Femenina: lo mismo presidía mesas redondas sobre el divorcio y el aborto, que acudía al Ateneo, igual se oía su voz en la radio hablando del primer rally femenino, que daba cuenta del viaje a Portugal con el Coro Virgen del Mar u organizaba el primer rastrillo Nuevo Futuro o la I Feria del Libro de Almería, junto a José María Artero.
Angela -casi desconocida su aureola hoy día tras la catarsis falangista- era mucha Angela, un torbellino de colores (como escribió Pemán de LolaFlores), en ese tardofranquismo en el que se movió como pez en el agua, hasta llegar a ser la primera fémina que presidió la Diputación, desde que Javier de Burgos creara esta moruna provincia en 1833. Fue una mujer de su época, con todos sus claroscuros, que vivió el directorio de Primo de Rivera, la República, la Guerra, la Dictadura y el retorno a la Democracia.
Paseo de Versalles
Nació en 1927 en el Paseo de Versalles -actual Avenida de Pablo Iglesias- hija de Gabriel Cuenca, un agente comercial de medicamentos, y de Jerónima Lorca. Después se fue a vivir a Santos Zárate y en el Instituto se sacó el Bachiller Superior y reválida, siendo alumna de Celia Viñas.
Ingresó jovencilla en la Sección Femenina y allí germinó ese espíritu suyo tan marcial, coincidiendo con las hermanas Cassinello Cortes y con Goyita García, entre otras. Fue nombrada regidora de Juventudes y Educación Física, cuando la después denostada Sección Femenina era entonces la única válvula de escape para la famélica vida cultural que se podía hacer en esa Almería aderezada de Coros y Danzas en el Apolo, de rondallas en el Cervantes y de la Obra de Educación y Descanso. Angela fue rumiando todo ese mundillo, el único que existió durante décadas: no hubo nada más inmóvil que el Movimiento.
Los pololos
Y se encargaba de organizar el calendario de esas gimnastas que practicaban con pololos para que no les vieran ni las pantorrillas, o de los partidos de hockey en el Estadio de la Juventud y de baloncesto en la Plaza de Toros. Hasta que sus aspiraciones se vieron colmadas cuando en 1972 fue nombrada delegada provincial de la Sección Femenina, la última que hubo, relevando a la histórica Angela Vega Benedicto.
Acrecentó entonces su influencia en esa Almería en la que el monolitismo estaba empezando a caducar como un yogur. A Angela le tocó lidiar con ese toro del cambio de época, cuando las camisas azules empezaban a verse trasnochadas. Supo adaptarse a los nuevos vientos y en 1974 alguien se fijó en que esa mujer de mirada seca, que no había querido casarse -la llamaban en la prensa la señorita Angela- para no perder autonomía, podía ser una gota femenina en el mar masculino de Diputación.
Fue elegida la primera mujer diputada en la historia de la provincia, en 1974, con Juan de Oña de presidente, tras ser votada por 102 compromisarios, el mayor número de sufragios de todos los candidatos.
Y el 20 de febrero de 1979, al dimitir el presidente Juan López Cuadra, que concurría como candidato a las primeras elecciones municipales, Angela fue designada nueva presidenta de la Corporación Provincial: ninguna otra mujer en la historia de la provincia había alcanzando tal relieve.
Solo estuvo 69 días en el caserón de Navarro Rodrigo, en la última corporación que se podría denomina predemocrática, en esos días en los que Raffaela Carrá se contorneaba en el escenario de las piscinas sindicales y Rolón era el máximo goleador de un Almería que apuntaba a Primera. Le sustituyó José Fernández Revuelta, que había sido vicepresidente suyo, y arrancaba así la primera legislatura democrática
Se hizo valer, Angela, en ese breve tiempo en el que le dio tiempo a pleitear con Iberia pidiendo aviones como los de Málaga. Antes se había presentado como candidata alas elecciones al Congreso de 1977 por Alianza Popular, pero no salió elegida y fue también profesora y directora de la Escuela de Magisterio.
Accidente mortal
Después su figura perdió vuelo y en esos nuevos tiempos pasó a la reserva como funcionaria del Ministerio de Cultura. Encerrada en un despacho de Hermanos Machado, ya no era la misma, era como una leona enjaulada, como Sansón sin melena, hasta que un trágico accidente de coche le rebanó la vida en 1991.
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