La joyería de la calle de las Tiendas

Se llamaba ‘La Esmeralda’ y la fundó Aureliano Sánchez León en el año 1957

Eduardo D. Vicente
15:00 • 19 dic. 2016

Las joyerías de aquel tiempo no podían dedicarse exclusivamente al lujo de las alhajas porque Almería, aunque empezaba a remontar el vuelo después de las estrecheces de la posguerra, todavía era una ciudad pobre donde sólo una minoría podía permitirse el lujo de tener un reloj de pulsera o un anillo de oro. La clase media de aquellos años finales de los cincuenta podía aspirar al oro y a los relojes en ocasiones muy especiales: una medalla de recuerdo cuando nacía un hijo; la cadena para festejar el solemne día de la primera comunión; el regalo del reloj para el muchacho que empezaba a hacerse hombre en el instituto, y las alianzas para el sagrado día de certificar el matrimonio. 

En aquella Almería que comenzaba a desperezarse inició su actividad comercial el joven empresario Aureliano Sánchez León, que en 1957 abrió en el corazón de la calle de las Tiendas la joyería ‘La Esmeralda’, que se dio a conocer al público como relojería para tener un abanico más amplio de negocio.

Estaba situada enfrente de los almacenes de Pablo Segura, que entonces era una de los establecimientos más importantes, no sólo de la calle, sino de toda la ciudad. ‘La Esmeralda’ no tardó en hacerse  con un nombre dentro de un gremio donde ya era complicado competir con los grandes gigantes que estaban establecidos en el Paseo como Miras, Apoita y Regente. Pero tenía un buen balcón para asomarse al público, la calle de las Tiendas, que en ese época era tan pujante como podía ser el Paseo.

‘La Esmeralda’ se hizo muy popular en la ciudad y todos los martes se anunciaba en las páginas de deportes del periódico ‘Yugo’, pregonando sus relojes de las mejores marcas y su taller donde las reparaciones con éxito estaban garantizadas. 

En aquella Almería de los últimos años cincuenta ‘La Esmeralda’ no tardó en ponerse a la altura de los negocios más importantes de su ramo: la joyería de Emilio Díaz, en el número 83 del Paseo; la del señor Apoita, en el número 22; la de Miras en el número 45, y la histórica joyería Regente, que presidía la esquina de la calle de entrada al Mercado Central. En aquel tiempo se incorporaron al sector negocios que también se convertirían en referencia dentro del mundo de la joyería. En la calle de Ricardos hizo historia la firma ‘León’, que además de sus secciones de joyería, relojería y óptica, añadió un taller de revelado fotográfico por donde pasaron casi todos los carretes de la ciudad. En 1959 llegó otra empresa importante, la joyería y relojería ‘Capri’, que el empresario Emilio Fernández Contreras montó en el número 14 de la calle de Méndez Núñez.

Era un tiempo en el que se vendían más relojes que joyas y en el que el gran negocio llegaba en las semanas previas a la festividad de los Reyes Magos. Las joyas eran los regalos de la élite, mientras que los relojes democratizaban el negocio. Cada establecimiento procuraba aferrarse a una marca para promocionarla: la joyería de Miras puso de moda el reloj Omega con cronómetros, automático y antichoques y con segundero central, que tanto éxito tuvo en la Navidad de 1958, mientras que la joyería Regente nos trajo el reloj-calendario de Festina con el eslogan ‘La hora es la hora’. También destacaba el establecimiento de Apoita, que en su afán de abarcar un mercado más amplio, era el encargado de vender el material para las radiografías y abastecía a las clínicas particulares. Era joyería, relojería y tenía gafas de sol, prismáticos, novedades artísticas de plata de ley y hasta cuadros en relieve sobre motivos religiosos. La tienda de don Agustín fue también un templo para los niños, que tanto se emocionaban con las fotografías del Athletic que el señor Apoita regalaba a sus clientes.

Eran las grandes empresas que competían con la joyería ‘La Esmeralda, que tenía un aire más popular al estar ubicada en la calle de las Tiendas, pero que sabía mezclar el lujo de los negocios del Paseo con la sencillez de los negocios de barrio. Aureliano Sánchez León, su propietario, no fue el único de la familia que se abrió camino en el ramo. Su hermano Arcadio puso la joyería ‘Platino’ en la calle de Mariana, y su hermano José fue el fundador de la marca ‘Coral’.







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