Dejando atrás la Rambla de Belén a la altura del cruce con la finca de Fischer, aparecía un viejo camino llamado de la Molineta, un sendero que se abría paso entre las primeras cuestas del cerro en medio de las tierras de los cortijos de Góngora y de Arcos.
Ese camino que sube hasta las entrañas de la Molineta sigue en pie, ahora asfaltado, como también han sobrevivido los restos de los dos cortijos mencionados, que se mantienen a duras penas, abandonados desde hace décadas. Hoy, aquél escenario se parece poco a lo que fue hace medio siglo, cuando la Molineta olía a establos, a huertas y a tomillo, y cuando el agua del Canal de San Indalecio corría con fuerza por sus acequias y llenaba sus balsas.
Entonces, todavía estaba en pie, al borde del camino, el tronco de piedra de un antiguo molino, que levantaba su vieja estructura derrotada sobre los fértiles bancales de lechugas. Un símbolo de la zona que sobrevivió hasta hace veinte años que fue derribado.
Todavía, en ese primer tramo del camino que subía hasta el cerro, tenía vida el lugar conocido como las casas del Motor de Góngora, que formaban parte de toda aquella hacienda. Estas casas siguen donde estaban, pero dejaron de tener vida hace tiempo.
En uno de estos cortijos ocurrió un suceso trágico que pasó a la historia negra de estos pagos. Los hechos acaecieron en el mes de julio de 1926, en la propiedad del terrateniente don Juan Góngora Salas. En una de aquellas sofocantes tardes de verano, el motorista Juan Muñoz Garrido, de cuarenta años de edad, auxiliado por el niño Diego Navas Campos, de trece años, se propuso poner en marcha el motor que para la elevación de aguas tenía instalado el señor Góngora.Al arrancar el motor uno de los volantes alcanzó al muchacho, causándole graves heridas en la cabeza que acabaron por causarle la muerte.
El cortijo del Motor de Góngora ocupaba un terreno al borde mismo del camino y lindaba con la tapia del cortijo de Lucas, una hermosa finca con balsa que destacaba por su original puerta de entrada rematada en arco (se puede apreciar en la fotografía).
Entre la casa del Motor de Góngora y la tapia de Lucas existía un descampado de grandes dimensiones donde en los años setenta del pasado siglo se construyó un humilde campo de fútbol bautizado como el campo del Quemadero. Allí se organizaban partidos oficiales de las ligas locales entre barrios y allí iban a jugar a diario los niños de las escuelas Goya y Cruz de Caravaca a la salida del colegio. El campo de fútbol desapareció y sobre su solar levantaron lo que hoy es el colegio de Santa Isabel.
El viejo camino de la Molineta, que había sido un sendero rural que comunicaba la ciudad con los cortijos de los cerros, empezó a cambiar su aspecto cuando pusieron en marcha El Goya y el Cruz de Caravaca, dos grandes colegios nacionales que fueron una revolución en su tiempo. En 1974 ya estaban funcionando, llenando de vida el camino, que todos los días se poblaba de niños y de madres cuando aún no existía la vía de acceso por la Carretera de Granada y la gente que llegaba desde la Plaza de Toros y el Quemadero elegía el atajo del camino de la Molineta. Aquél año, los niños y niñas que pasaban por el camino pudieron disfrutar de un espectáculo al que no estaban acostumbrados, el rodaje de varias escenas de la película ‘El Viento y el León’, que tuvieron como escenario el palacio de la familia Góngora.
Eran los tiempos de la gran transformación de todo aquel entorno que empezaba en la Molineta y llegaba hasta el barrio de los Ángeles, que entonces estaba en pleno proceso de expansión. Todavía era posible disfrutar del recogimiento de todo ese mundo rural donde reinaban los establos, los huertos, las acequias y la soledad de los cerros. Era posible perderse en la Molineta, aislarse y sentir como si la ciudad quedara a cien kilómetros, cuando en realidad estaba a pocos metros, un poco más abajo, llenando cada palmo de terreno de cemento y hormigón, tejiendo un barrio caótico como fue el de los Ángeles.
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