La gran crisis y la huida de la juventud

A comienzos de los años 70 las hermandes se desplomaron. Sólo aguantó Estudiantes

Eduardo D. Vicente
14:58 • 11 abr. 2017

La época dorada fue corta. El apogeo de los primeros años sesenta fue un espejismo y en menos de una década la frágil Semana Santa de Almería se fue viniendo abajo hasta desplomarse de tal forma que a comienzos de los años setenta se quedó con una sola hermandad capaz de salir a la calle con todos sus enseres y con un cortejo de penitentes como mandaba la tradición. 


El crecimiento de los años anteriores, motivado más por necesidades políticas y religiosas que por asuntos de fe popular, creó un gigante con los pies de barro. Detrás del esplendor de las cofradías que salieron a escena en los primeros años 60 no había una agrupación de cofradías sólida, ni una masa de gente joven dispuesta a colaborar durante todo el año en su hermandad, sino una obligación política para contrarrestar los cambios sociales que traían de la mano una abdicación religiosa por parte de un amplio sector de la juventud. 


Las nuevas  generaciones se fueron alejando de la Iglesia. Eran los años de las primeras televisiones, del turismo, de las pandillas, de los bailes de los domingos y de los primeros aires de libertad que trajeron un viento nuevo. Existía, además, un cansancio religioso acumulado, un agotamiento del discurso en  los templos y una necesidad de rebeldía para romper con la obligación de lo que debería de ser un acto voluntario. 




La Semana Santa del crecimiento se basaba, en muchos casos, en hermandades cerradas en las que se dependía económicamente de las aportaciones personales de mecenas que unos días antes de la procesión ponían el dinero que faltaba para sacar los pasos a la calle, pero carecían de infraestructura social, de esa masa de cofrades que con en el trabajo anual, forjado en el día a día, hicieran posible primero la consolidación y después el crecimiento de la hermandad. 


Tampoco contaban con el apoyo del Ayuntamiento, que colabora sólo en algunos detalles de escasa importancia,  pero que ni daba dinero a las hermandades ni tan siquiera se preocupaba en que no hubiera coches aparcados en las calles por donde transitaban las procesiones. Sin esas bases fundamentales y con una masa de gente joven que caminaba hacia el lado contrario de donde les exigía la Iglesia, la semana grande de Almería se fue derrumbando hasta llegar a una decadencia absoluta en los inicios de la década de los setenta. 




En 1970 la cofradía más antigua, la Soledad, tuvo que salir a la calle sin penitentes, formando sus filas con fieles vestidos de paisano portando velas. Ese año la otra hermandad de mayor solera, la del Entierro, sufrió un percance que marcaría el devenir de los años siguientes. Aquel Viernes Santo llovió con persistencia en Almería. El agua cesó unos minutos antes de la salida del templo de los dos pasos, pero volvió a apretar durante el recorrido, obligando a las imágenes a refugiarse en la Catedral. Los tronos sufrieron desperfectos y las viejas túnicas de cola que eran características de la hermandad, acabaron maltrechas por el barro y el agua. 


Al año siguiente ni Entierro ni Soledad sacaron a la calle penitentes. 1971 fue un año negro en el calendario histórico de la Semana Santa almeriense. Hermandes que habían crecido de la noche a la mañana como Silencio no pudieron salir a la calle, lo mismo que otras cofradías históricas como las del Encuentro y la Virgen de las Angustias. La única que sobrevivió a la hecatombe fue Estudiantes, que contaba con un grupo de jóvenes dirigido por el entonces hermano mayor, José Luis López-Gay Belda. Desafiando la crisis, los hermanos de la Virgen de la Esperanza y la Oración del Huerto no faltaron a su cita con sus fieles fuera del templo, aunque tuvieron que salir a la calle unos días antes a postular para poder cubrir los gastos del desfile. 




Ese año de 1971 el hermano mayor de Estudiantes justificó el cambio de recorrido de la hermandad, dejando el centro para refugiarse en el casco histórico, en el poco interés que la cofradía había encontrado en el Paseo y sus aledaños en años anteriores. La imagen de un Paseo frío, con las aceras medio vacías después de las once de la noche, forma parte de la memoria de aquella década.



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