El trote de tres mulos famélicos, aparejados por los reyes magos sobre los adoquines de la Avenida del Generalísimo, fue suficiente para que centenares de niños almerienses, a lado y lado de la comitiva real, abrieran tres palmos de boca.
Niños a los que la Guerra, en algunos casos, les había arrebatado al padre de un tiro de metralla en el pecho o les había obligado a conocer el hambre o les había birlado lo más sagrado que tiene un ser humano: la edad de la inocencia.
Fueron esos niños, los de la Guerra de nuestros abuelos, los que ahora rondarán los 80 y 90 años, los que ese mes de enero de 1943 recuperaron de golpe toda la fantasía que habían ido perdiendo encerrados en frías buhardillas, malnutridos y asustados durante casi tres años de encarnizada lucha entre adultos.
No había dragones ni confetis, ni había carrozas aladas ni animales exóticos ese día por el Paseo, pero la ilusión de esos niños -la más democrática de las sensaciones humanas- no era menor a la de los niños digitales de ahora, que verán en ese mismo Paseo dentro de una semana una cotizada cabalgata con varios ceros detrás.
El último cortejo de Reyes que se recordaba en la ciudad era el de 1935, en una época ya turbulenta, de crisis obrera, en la que algo había empezado a oler a quemado en la zarandeada II República. A pesar de los problemas sociales y la carestía doméstica, esa cabalgata republicana lució con tres camellos en la Fiesta de la Epifanía y por las mañanas las confiterías de la Puerta Purchena aparecieron con colas de gente y las familias salían cargadas de paquetes de los Almacenes El Aguila con el regocijo callejero propio de esas fechas, con miradas infantiles aún no contaminadas a los escaparates de las jugueterías donde lucían los balones de reglamento como los que cabeceaba Jacinto Quincoces, el Sergio Ramos de la época.
Esa cabalgata con soberanos, acompañados de pajes con faroles, la organizó Asistencia Social y hubo reparto de juguetes en las alcaldías de barrio. Antes aún, los más mayores rememoraban la legendaria cabalgata de 1917 organizada por el industrial Emilio Ferrera, el dueño del paraíso de los juguetes en la calle Martínez Campos. Se tiraron cohetes y por el Paseo del Príncipe y el Bulevard bajaron los reyes magos sobre rocines empuñando la cabalgadura al lado de pajes tiznados como árabes del desierto y egipcios del Nilo, con hachones en la mano para alumbrarse. Ferrera tiró la casa por la ventana con bandas de música y golosinas.
Los caballos aparecían enjaezados como nunca se había visto en Almería, con centuriones y vasallos al lado del infanticida rey Herodes sobre su trono. Tambores y clarines creaban el ambiente perfecto y hubo regalo de dulces para los niños del Hospicio y después reparto de juguetes en el bazar Nuevo Mundo. Por eso, años después,ese día de Reyes de 1943, para los infantes almerienses que allí estaban, en ese tiempo pobre, fue como la rechercher del tiempo perdido de Proust.
El racionamiento de aceite, de patatas, de pescado, porque no había gasóil para que los barcos salieran a la mar, no impidió que por fin regresara pues la Cabalgata de los Reyes Magos por las calles de Almería. Fue un cortejo modesto en el que los soberanos iban ungidos con una postiza corona de cartón y ceñidos por humildes lienzos de franela. No se avistaba en el séquito ni la más elemental carroza, ni sus majestades tiraban caramelos al público bajo los árboles, tan solo les escoltaba un doncel en pantalón corto.
La cabalgata de ese año iniciático, organizada por el Frente de Juventudes, tenía más de desfile militar que de pasaje bíblico. Iba presidida por el Gobernador y Jefe del Movimiento, Manuel García Olmo, bajo pancartas de Auxilio Social, la organización de socorro humanitario del Franquismo que sustituyó a Asistencia Social.
Partió la cabalgata de la Casa de Juventudes en el Paseo abriendo la marcha la banda municipal y a continuación los reyes y un camión adornado con estandartes y banderas nacionales, con algunas bolsas de juguetes. Cuidaban el orden en las aceras los Flechas y al final iban niños vestidos de pastorcillo junto a muchachas de la Sección Femenina.
Llegó la cabalgata a la Plaza de la Catedral donde se había instalado un belén bajo el dosel de las hiedras que trepaban por el apostólico templo. Allí tuvo lugar el acto de adoración al niño Jesus. Y entre antorchas y bengalas, los monarcas partieron al Hogar José Antonio de Auxilio Social donde repartieron algunas golosinas.
Se fueron sucediendo año tras año los desfiles de los reyes magos, hasta que ya en los 60 fue Educación y Descanso quien tomó el relevo en la organización.
Colaboraron esos años el entusiasta Miguel García Cano y Cristóbal López Lupiáñez, con el patrocinio del Ayuntamiento que aportaba unos cien kilos de caramelos (muy lejos de los 12.000 kilos anunciados para 2018). Colaboraban en la construcción de las carrozas el Círculo Mercantil y el Casino y un año llegaron los soberanos en barco por la escalinata real del Puerto, contemplados por nuevos ojos infantiles, pero igual de abiertos que los de aquellos niños de la guerra que lo perdieron todo menos la ilusión.
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